viernes, 21 de diciembre de 2012

Tarde de ron y conga.

Cheo camina despacio, sin prisa. Hace tiempo dejó de correr en la vida. Se bambolea de un extremo a otro de la acera, mientras intenta avanzar en línea recta de regreso a casa. Con los ojos apagados y murmurando, ha entregado los mandos a sus reflejos. Embotado en alcohol, arrastra la pierna zurda desde aquel accidente vascular encefálico que caducó la mitad izquierda de su cuerpo. Sus huesos arruinados por la esclerosis y el aspecto esquelético que exterioriza sugieren que podrá desplomarse en el próximo minuto. Se hacen muchas cábalas con su inminente despedida al otro mundo, pero “Cheo Huracán” -como lo conocen en todo el barrio-, no parece que pretenda finalizar hoy su rutina diaria de ron, su gusto por el chachachá y sus andanzas en chanclas y sin camisa por el vecindario. Hace su travesía habitual desde el Bar hasta su morada, antes un palacete de fachada neoclásica, hoy reciclado en un solar familiar con un corredor interior que bordea un amplio patio andaluz y muchas habitaciones, todas adornadas de cuanto cachivache se puede agrupar a las puertas de cada cubil con espacio para una cama, un cajón donde poner los trapos y algún rincón para almacenar trastos con utilidad desconocida. Cheo se tira de culo en una caja que improvisa un banco en la entrada de su cuarto, con su zanca remolona estirada al máximo; la cabeza gacha y mirando al piso, sigue murmurado viejas máximas de negro guapo. Balancea su cabeza y espera tranquilo que las fuerzas le asistan de nuevo para poder llegar por fin hasta la vieja cama de hierro, con sus sabanas de color original indefinido y con un tufo de mil días. Sólo su nieta, un torbellino de cuatro años, no respeta al viejo Huracán y, muy sigilosamente, se acerca a milímetros del oído para interrumpir el apagado monólogo de Cheo y largarle la frase que nadie se atreve a decir en voz alta: ¡Cheo chico, cállate ya, no hablee ma'mieelda! .



 -Ma’repeto, ma’repeto. Se le escucha decir, pero nada puede hacer contra su nieta, que poco miedo tiene a un viejo Huracán sin reflejos.

 Día por día el ron le sumerge en recuerdos de sus frenéticos tiempos como brabucón en época de carnavales, cuando una estridente corneta china puja por apagar el estruendo de muchos tambores de una conga que arrastra cientos de negros, blancos, mestizos, católicos, protestantes, santos y santurrones, todos sudorosos y atiborrados de ron, hembras y machos, da igual, se mueven como poseídos, gozosos de dedicarle este día a la fiestas. Cheo Huracán, con los brazos levantados, toma las puntas de una toalla que frota por su nuca de un lado a otro y arrastra los pies con pasos cortos al ritmo de una campana insaciable. Huracán sonríe con todos los dientes de su raza al tiempo que se abalanza proyectando su región púdica contra las despampanantes nalgas de una negra retozona que marcha delante al mismo compás de sus pasos. Ella, estimulada con el roce de sus cuerpos, arremete con sus caderas en un movimiento frenético en zig-zag. Es el frenesí de cientos de años que se repite y se repite como estribillo monótono y agobiante. La masa es compacta. Los tambores aglutinan al gentío buscando el centro. Todos giran sobre su caderas, flexionan sus rodillas, levantan las manos reculando hacia atrás y se trasladan increíblemente hacia adelante. Lo que hacen es arrollar con todo lo que está a su paso. La conga es dueña absoluta de la muchedumbre encantada por el ritmo. Atropellan el espacio y lo hacen desenfrenadamente, divulgando sus gritos de guerra y de esperanzas.

 - Abre que ahí viene el cocoyé…

El estribillo se machaca hasta la saciedad. Una conga es insaciable con el tiempo; tiene la misión de crecer sin pausas en gente y camino recorrido; es una gran transpiración, un movimiento rabioso junto a un lúgubre olor a mil demonios. La conga es el acto de entregarse con toda libertad para zarandear la vida al expresar lo que estuvo prohibido durante un año, por costumbre, moral, ética, bandos y decretos. Es una oportunidad única para torcerse de todo y venerar la corneta china, que, en un alarde de jerarquía, proyecta una andanada de notas agudísimas para que todos se mantengan atentos a la voz del tambor mayor llamando de nuevo a la cordura, a obedecer el ritmo de una campana arrogante que sólo sabe decir: gan... gan... gan gan gan gan gann... Es un evento que poco tiene que ver con costumbres desconocidas de olvidados aborígenes, muy alejado de las prácticas de una Europa mojigata y una enigmática África desangrada. La conga es un mundo adverso a las inhibiciones, distante de la censura y de todo lo convenido como autorizado. Ese día, cuando se permite salir la conga, en ella quedan emancipadas todas las represiones.

Cheo, que no deja pasar una oportunidad, engarza por la cintura a la hembra con su poderosa mano izquierda, la afinca fuertemente contra su cuerpo y, exhalando alcohol de su aliento, aproxima su boca al oído invitándola a practicar juegos lujuriosos. Entonces un grito lo hace estremecer.

 - ¡Cheo chico, cállate ya, no hablee ma'mieelda! .

Abre los ojos y ve como la nieta baila al compás de una lejana música que suena por radio.

 “Suena fuerte un tambor... chiqui, chiqui, chiqui, chaaan...”

 
 La conga es dueña absoluta de la muchedumbre encantada por el ritmo. Atropellan el espacio y lo hacen desenfrenadamente, divulgando sus gritos de guerra y de esperanzas.  He recopilado de Youtube muchas imágenes, aquí una pequeña muestra del poder de una CONGA!

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