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jueves, 23 de marzo de 2017

Los cinco beneficios que se obtienen solo con hablar de Cuba



Hablar de Cuba te libera, te proporciona cierta autoridad, da prestigio, es sexy y nos hace reflexivos.


Cuando era un chamaco no hubo zona de mi ciudad, por intrincada que fuera, que no recorriera con mi bicicleta. La mayoría de las veces tirando pa’los barrios que están en la bahía; por La Turística. Muchas veces visité el Castillo del Morro, que hoy es un museo. Por aquellos años era una ruina llena de orina y mierda en cada rincón, con un Cristo de palo en una cruz, pálido y con una mirada de “buey degollado” que daba miedo. No sé qué tiempo llevaría allí y, para la relación que tenía Cristo con el sistema en aquellos años, inexplicablemente no se le veían daños considerables.

domingo, 16 de marzo de 2014

Calles de la ciudad de La Habana, Cuba




El País, en su portada de hoy (Domingo, 16 marzo de 2014) trae una noticia sobre la guerra en Siria ilustrada con la foto de una de las calles de la ciudad de Homs.

Titula la notica con una frase que nos deja desconsolados: “Siria, tres años de guerra sin fin”.
Una calle de la ciudad de Homs, en Siria. / JOSEPH EID (AFP)
Bueno, yo quiero ilustrar a El País sobre otra guerra en la Habana, Cuba… aquí van algunas fotos de sus calles. Se podría titular: “Cuba, años de guerra sin fin…”

martes, 26 de febrero de 2013

Una gallega vuelve, vuelve y vuelve a la Habana. (III)

“Espera, espera… tienes que contar con calma este asunto. ¿Todo el aeropuerto lleno de militares?, y tú..., ¿qué haces?”. Le pregunto a Susi con morbo, esperando una historia de película. “La verdad que me preocupó, sí, pero solo fueron unos instantes, también tengo que decir que no había alteración, solo estaban allí, uniformados, con sus fusiles, pero todos muy quietos. Los trámites con la aduana, la preocupación por las maletas absorbieron mi atención y lo más significativo y de hecho lo que me tranquilizó… la gente se comportaba de forma normal, sin atisbo de nerviosismo. No te niego que ver los militares nada más llegar fue una fuerte impresión. Pero así como te cuento esto, también te puedo decir que para cuando hice el segundo viaje, me daba lo mismo que hubieran cien, mil militares… que todo estuviera lleno de tanques. Y ahora que vuelvo sobre esta historia es que tomo conciencia de que esa segunda vez me sentía que regresaba a casa. Estar en la Habana me daba seguridad, la preocupación la dejo para los que no la conocen; yo estaba de regreso a casa.”

Con esa frase  final dejó zanjado el asunto, pero para mí esto no tiene una explicación digerible. Se me escapa algo que no logro asimilar. No me imagino a nadie que va por primera vez a un país, que señala no tener mucha información, que solo lo hace para cambiar de aire pero cuando llega al aeropuerto está lleno de militares y dice que tan solo tuvo preocupación al principio…  ¡la Habana ha poseído a Susi!, no cabe dudas.

“Espera un momento y perdona que me detenga en esta parte. Después que pasó aquel momento no tuviste curiosidad, no preguntaste después…?”. Le dije, interesado en poder desentrañar este punto. “No. cuando pasó el momento del aeropuerto fue como si todo aquello quedara atrás, no supe el porqué de los militares, no lo indagué, y la verdad es que como no volví a ver nada que fuera parecido en la ciudad, olvidé completamente aquel incidente. Imagino que ahí quedó todo, lo cuento ahora porque de veras me hace gracia… y es verdad que yo misma me asombro que resulte como una simple anécdota, cuando para cualquier otro pueda tener mucha importancia.”

“Una vez más en la Habana me sentía otra vez rebosante. La Habana, como los Van Van, sigue ahí. Ni siquiera sentí que estuve fuera de ella. Fue llegar y  lo primero que pensamos fue en irnos de fiesta, a bailar….”. “¡BAILAR!, espera”. Le digo cada vez más sorprendido. Susi no deja de asombrarme, “lo que más querías es irte a bailar, ¿a bailar qué?, Le pregunté un poco descolocado. “A bailar salsa... quería volver al cabaret del hotel Florida!”. “Tú perdona pero eso me lo tienes que explicar. ¿Sabes cómo le decimos nosotros en Cuba a los que no pueden coger el ritmo para bailar o que lo hacen mal?: eres un gallego. Y ahora tú me dices que una gallega llega a la Habana y lo que más desea es ¡ir a bailar casino!”.  “Sí, salsa, ¿cómo es que tú dices, casino?”. “Sí, casino, se llama baile casino”. “Pues eso mismo, a bailar casino….”. 

“La primera vez que estuve en la Habana visité el cabaret del hotel Florida. Mientras estaba sentada en una mesa con amigos, miraba encantada a la gente que bailaba en la pista. Entonces vino un chico y me pidió bailar.  Yo tenía ganas de bailar, posiblemente se me notaba; pues nada, me dije, que puede suceder. Tengo ritmo, soy gallega, me va la fiesta, y acepté. Claro, fueron unos segundos iniciales de nervios para seguir el paso del baile. El chico lo hizo estupendo, con naturalidad comenzó a guiarme.  Me sentí cómoda, No digo que lo hice perfecto, pero considero que quedé muy bien…  Lo importante es que supe que podía y desde ese mismo instante no sentí miedo a bailar salsa. Esa noche bailé y bailé.”

“Después en A Coruña asistí a clases de baile con Andrés, el del Cubanito, mejoré mogollón y en mi segundo viaje a la Habana en lo que más pensaba era en bailar;  quería soltarme, como dicen los cubanos….” En este punto puedo decir que la historia de Susi me parecía fascinante, una gallega bailando casino y que sentía que bailar la liberaba, no lo podía creer. Como lo contaba no parecía simple curiosidad europea por un baile del Caribe, el brillo de sus ojos tenían una carga ancestral. Sé que a los cubanos se nos asocia con el baile, decir que eres cubano y suponer que eres buen bailador de salsa parece una equivalencia incuestionable. Pero esa manera de bailar, que se conoce como Salsa, nosotros la llamamos Casino y, es un producto muy habanero, que se extendió por el país con más o menos arraigo entre el resto de las regiones. Se podrán encontrar vestigios de esa manera de bailar en el Danzón (el baile nacional cubano), el guaguancó (otro tipo de danza cubana) y otras muchas referencias no precisamente originarias de la Habana, pero el Casino es un baile ciento por ciento habanero y emociona ver a Susi, una coruñesa-habanera que encontró en el baile Casino su manera de expresar su condición de “Capitalina”.

“Otra cosa que echaba de menos”, me dice finalizando su silencio y encandilándome con ese brillo de sus ojos: “Pasear por el Malecón… Primero me hizo mucha gracia ver las parejas que se morreaban sin complejos, pescadores que desde el muro tiraban sus cordeles y que prácticamente compartían espacio con enamorados o con los que simplemente estaban disfrutando del momentazo de estar sentados en el muro. Desde el mismo primer día que visité el Malecón de la Habana me atrapó, fue amor a primera vista. Encontrar una justificación para visitarlo siempre resultó fácil”. Esto lo creo totalmente. Siempre recuerdo que mis amigos en Santiago de Cuba se reían cuando les decía que si hay algo que deseo y con lo que me conformaría, era con un metro cuadrado en el Malecón. “En el segundo viaje que hice a la Habana, escucha esto: estaba de paseo con unos amigos por el Malecón cuando dos policías nos detuvieron.  No puedo decir que lo hicieran con chulería, hasta puedo decir que lo hicieron con educación, pero uno de ellos les pidió la documentación a los chicos que nos acompañaban  y comenzó a exigirles explicaciones, de manera irónica, con frases cargadas claramente de amenazas. Sin más los trató de jineteros. Me les encaré a los polis, pregunté qué es lo que querían, estaba muy cabreada, cabreada de verdad. Debí de estar tan alterada que mis amigos me pidieron de favor que no interviniera, que mantuviera silencio. Ellos explicaron que éramos amigos, esa era la verdad, que simplemente decidimos dar un paseo por el Malecón.  Todo se calmó, los policías entregaron los documentos a los rapaces y continuaron su camino. Yo sabía que estas cosas sucedían constantemente en la Habana, que los policías paran a cualquiera en la calle si ven que acompañan a un turista. Hoy me hace gracia,  porque no reaccioné como una turista al uso,  que se divierte y lo que menos quiere es problemas. Aquello me molestó, consideré invadida mi intimidad, no soporté su atrevimiento”.

Susi  se ha trasformado en una cubana, pasear por el malecón de su Habana es su derecho.  Aquellos dos tipos son unos pesados, lo único que querían era fastidiar.

Una gallega vuelve, vuelve y vuelve a la Habana. (I)
Una gallega vuelve, vuelve y vuelve a la Habana. (II)


martes, 25 de diciembre de 2012

un Cubanito en A Coruña.



En casi todos los documentos, artículos o escritos históricos que leo sobre la ciudad de A Coruña, es común que encuentre antes o después la frase siguiente: La fundación de la ciudad en tiempos remotos tiene componentes míticos. Y es verdad, porque para que todavía exista un faro de la época romana, que además funcione, el tema tiene enjundia o, como diría cualquier cubano: la ciudad tiene “ache” (gracia, suerte, bendición).

Entre tanta historia de esta ciudad, que fue el puerto por excelencia para que toda Galicia se desparramara por América, hay un local en la Ciudad  Vieja que nos trae ese aliento caribeño, exótico y reconocible al mismo tiempo, “El Cubanito”. Tiene todos los ingredientes de un tugurio afortunado:

domingo, 23 de diciembre de 2012

Una gallega vuelve, vuelve y vuelve a la Habana. (II)

“Debo explicarme mejor. Esa noche  descubrí lo que me habían comentado antes, pero no lo había visto con mis ojos… viejos achacosos baboseando a chavalinas muy jóvenes. Me sentí mal, muy mal. Antes salí solo por el día y todo era bello: la luz, la gente, su trato. No vi estropicio ninguno en la Habana; eran tantas las cosas que me alegraban, que no reparé en nada desagradable”.

“Sí, pero esto sucede a menudo”.  Le argumenté: “lo exótico por lo general resulta atractivo, pero cuando comienza a brotar la otra cara de la moneda, es cuando podemos evaluar la realidad…”. Utilizar frases hechas es una ventaja para cuando solo puedes intervenir por momentos.

Una gallega vuelve, vuelve y vuelve a la Habana. (I)

“La vida acontecía en un letargo sin fin. Lo interesante es que no tenía claridad de lo que sucedía, ni cómo, atrapada, en el mejor sentido de la palabra, en una inopia insípida…”, me decía Susi Su, con una mirada que no se apartaba de mi rostro. Por desconsoladoras que pudieran parecer sus palabras, sus ojos iluminados captaban mi atención. Su cuerpo menudo irradiaba energía.

“Si ahora preguntas por qué me sentía así, no sé qué decir, porque no tenía conciencia de nada, tenía la vida asumida de esa manera y dudo que pensara cambiar. Además, es hoy y ahora que puedo valorar con criterio aquella etapa de mi vida”. Susi era puro nervio mientras hablaba. Sin pausa y sin atender mis comentarios, continuaba su despliegue de frases con la bravura de un torrente de agua en un rápido.