El cubano, en términos generales, es “carnívoro”. Aunque en los últimos cincuenta años se ha producido una intentona de convertirnos a todos en vegetarianos. Pero los cubanos, en general, tienen preferencia por la carne de cerdo. Seguro les viene de su linaje peninsular. No hay cubano que se precie como tal que no quiera celebrar cualquier acontecimiento con una buena ración de carne de cerdo asado, yuca con mojo y plátanos a puñetazos o, como dirían en mi región, con tostones; una delicia inimitable. Pero, les comento, hay una historia que puede tener mucho de leyenda urbana, sólo apta para los que consideran la carne como un elemento que, incorporado a la dieta, convirtió a los homínidos en humanos.
Una mañana dos amigos, uno cubano y otro gallego, se reúnen en una cafetería de La Habana donde solo se puede pagar con CUC, moneda cubana del tipo dólar USA o Euro, porque el peso cubano, el de toda la vida, no aguantó los avatares de la vida y hoy está por los suelos. Pero les contaba, los dos amigos quedan de acuerdo en cenar en casa del cubano; aunque, en verdad, este estuvo tratando de zafarse del tema, pues le parecía que su casa no era buen lugar para la reunión. Pero desde que comentó, digamos que sin querer, que en la bañera de la casa tenía un cerdo esperando su San Martín, el gallego no dejó de insistir y terminó por ofrecerse en comprar todos los productos, incluso pagar cualquier gasto extra… El cubano, un cirujano del Hospital Hermanos Ameijeiras, consultó la propuesta con su mujer, cirujana también del mismo hospital, y decidieron no dejar pasar la oportunidad. Organizar la velada en casa para mostrar cómo se vive, satisfacer la curiosidad de un amigo y obtener un puñado de euros al mismo tiempo, no era un mal plan.