martes, 25 de diciembre de 2012

Tú eras Lennon.

Rafael Quevedo Domínguez. Este tipo es mi primo. La primera vez que tuve conciencia plena de su existencia fue en un estadio. Era el año 1967, jugaba el equipo local contra los Industriales, un club de la Habana, donde militaban los mejores jugadores de béisbol de aquellos años. Era un equipo imbatible, eran fenomenales, habían ganado de forma consecutiva las ultimas cuatro ligas. La rivalidad entre la Habana y Santiago de Cuba en béisbol es ancestral. Estábamos sentado varios primos y amigos, y en aquella inmensa algarabía de fanáticos de los Orientales, club que representaba a las provincias del mismo nombre, de donde era Santiago de Cuba, Rafle no hacía más que burlarse del pícher (lanzador, para los que no están avezados en la jerga beisbolera) de Orientales.  “Coño… el cobrero está hoy que no hay quien le vea la bola” -comentario sarcástico que hacía a viva voz-. “El cobrero” era Manuel Alarcón, un ídolo de los fanáticos, una gloria del béisbol cubano de la época, era el mejor: control, inteligencia… pero ese día iba fatal, fatal.   Las cosas no fueron bien, ni para el club local ni para nosotros, que tuvimos que largarnos antes que terminara el juego. Los fanáticos de Orientales la tomaron con Rafle y, por extensión, con los que estábamos con él. En todo el trayecto a casa, él sólo hablaba de como la gente quería matarnos. Así supe que a Rafle, lo que le iba de verdad, era nadar contra corriente. Y ahora que lo pienso mejor, me alegro por aquella experiencia; contra corriente es más divertido. Antes de continuar quiero hacer un comentario, ese año Orientales ganó la Liga, lo hizo en el último juego, en la misma Habana en el Estadio del Cerro, y ganó Manuel Alarcón “el cobrero” lanzando todo el tiempo. Quizás nada de esto venga al caso, pero considero que debo hacer esta aclaración.


Cuando todos nos fuimos largando de la ciudad siempre nos dirigimos al norte, pero como era de esperar, Rafle tomó un camino contrario, se fue al sur, tan al sur que ahora anda cerca de la Tierra del Fuego. Por lo que supe por allá se reprodujo y continúa componiendo con su guitarra. A mis manos llego una de sus canciones: “Por supuesto yo era Lennon” y, entonces decidí escribirle una carta a mi Primo.

Estimado Primo:

Por supuesto, tú eras Lennon, llevabas las voz cantante en aquel juego de mesa que con sus “recursos” como dinero, cartones representando tractores y alzadoras, era una imitación vulgar del monopoly, yo con pocos años, sentado en una esquina de la mesa apoyando mi barbilla en mis manos y con ojos atentos, contemplaba las discusiones y peleas entre los jugadores, tú restregabas los dados entre tus manos mientras predecías un fantástico tiro donde quedarían todos desbancados. Kiki parecía muy concentrado, pero en realidad estaba lejano, el Flaco sonriendo con todos los dientes como el solía hacer, trataba de disimular que sus manos y su pensamiento de pillo trataban de escamotear fichas del juego. Cuando los dados al fin rodaban en la mesa, llegaban los gritos, las risas, nunca hubo un ganador claro, el juego siempre quedaba suspendido por inconformidad.

 Era el año cuando se consumó la profecía de John y se cumplieron aquellos 10 que se suponía según él estarían unidos los cuatro de Liverpool, aún así, seguían ilusionando. En Cuba se fracasó con los 10 millones de toneladas de azúcar y, nos dimos un baños de ilusión con un descomunal festival de música en Varaderos, desembarcaron en la playa una interminable lista de músicos y cantantes, durante algo más de una semana casi todos, hermanos, primos, tíos y la abuela, nos reuníamos frente al televisor en casa de la vieja, allí, además de grabar en cintas los conciertos estuvimos pendientes a los famosos que eran casi todos los que  se permitían escuchar en la radio: Los Mustang, Los Ángeles y un largo etc. Una de esas noches y después de ver las actuaciones hasta el final, el tío Querer nos repartía a casa en su coche, un Hillman emblemático,  apretados en las asientos de atrás, mientras se comentaba lo sucedido ese día en Varadero, decías: El único grupo fuerte que vino, fueron Los Bravos…

Yo no podía pretender que se tomara con seriedad una opinión mía sobre música, pero cuando escuche lo que decías sentí una vanidad que hoy me sigue persiguiendo, ¡coincidíamos! cuando toda Cuba cantaba las insípidas y pegajosas melodías del Pop español de aquellos años y cuando el Rock era algo como un sacrilegio para los que pretendían construir el hombre nuevo, tú eras una nota discordante en mi entorno, pensabas con otra armonía. Yo sigo igual de presuntuoso y conservo en mi ordenador la canción“Get Ready en la versión de “The Rare Earth”. Es la misma que escuche a Los Bravos en el año 1970.

Era una media noche cualquiera y tocaron a la puerta, ibas de verde olivo, desgarbado, con ojos injustos, explicando sin parar a mi padre que debías regresar al campamento antes de que amaneciera, ¡te habías fugado!, el motivo no lo recuerdo; por comida, por ver una novia, por lo que fuera. Mi viejo se fijo en mi y me dijo: vístete… comprendí que emprendería mi primera aventura real, poco después nos encontramos con tío, no dijo nada, pero se notaba su angustia al verte, tú no dejabas de hablar en el coche sobre las cosas vividas en el campamento militar, algo así como la defensa a la patria. Después de varias horas de viaje y recorrer algunos kilómetros por caminos hechos en el monte, detuvimos el coche entre matorrales, la noche, como todas las noches de aventuras era de una oscuridad cerrada, la vegetación fantasmagórica y, siguiendo tus consejos nos mantuvimos quietos mientras avanzabas sigilosamente y te comunicabas con el compañero que estaba de guardia, luego no hiciste señas para que avanzáramos, desde el lugar apenas se podía definir el campamento que me pareció un vieja vivienda campesina, toda de madera,  la poca luz de dentro dibujaba enormes siluetas desde la entrada de dos soldados que apareciendo, les hablabas animadamente mientras ellos miraban sin discreción la bolsa de comida que traía en mis manos, te abrazaste a mi papá y mi tío mientras te despedías, yo recibí un manotazo en la cabeza cuando regresábamos al coche, salte al asiento trasero y mi imaginación comenzó viaje en aquellos caminos retorcidos, iluminados por la luz de los focos del coche, siempre seguí pensando en aquel momento, en aquel encuentro con la fuga, y siempre sentí la satisfacción de haber conocido temprano la desobediencia.

Acababa de desembarcar en la estación de ómnibus de la Habana, llegue por unos días, solo traía una pequeña mochila y lo primero que hice fue mirar el pedazo de papel donde tenia tu dirección. Era temprano en la mañana y decidí ir caminando con la esperanza de encontrarte, aunque no estaba cerca tu casa siempre valió la pena caminar el Vedado por las mañanas, desemboque en una esquina y descubrí con alivio y alegría que estabas lavando el coche frente a tu casa, cuando estaba a unos pasos de ti, te llame por el sobre nombre infantil por el que te conocíamos en familia, te sorprendió, no esperabas que te nombraran de es manera y con alegría nos estrechamos las manos, de inmediato me invitaste a un trago de ron, lo bebimos sentados en el borde de la calle mientras terminabas con el coche. En pocos minutos nos fuimos hasta una cafetería en 23 y G, seguimos bebiendo y hablamos te todo lo que puede ser banal, de nuestras historias personales con mujeres y repetíamos las mismas historias que habíamos contados a otros y que seguramente también nos habíamos contados entre nosotros. Después de una rato salimos del lugar, hacia un fuerte calor pero la luz de la Habana instigaba a un paseo y nos invitamos a más ron, se nos sumaron otros amigos, me presentabas con sencillez: es mi primo… nos metimos en tugurios llenos de gente de arte, que yo descubría más que todo por las pintas que tenían. No tenia costumbres de estas reuniones, no sabia de que hablar, no distinguía una fusa de una semifusa, mis recursos musicales se limitaban a distinguir Pink Floyd de Led Zeppelin, de preferir a los Rolling Stones y reconocer las canciones de los Beatles, pero me sentía como pez en el agua en aquella tertulia y hasta me atreví comentar sobre algún tema, la confianza me vendría porque era tu primo, el primo de Rafle, y tú podías acomodar una guitarra entre las piernas y estar cantando tus temas y de otros por toda la noche.

 La noticia me resulto lejana o, como repetida, te habías ido en un viaje a Brasil, sospeche que resultaría difícil volverte a ver. Pero recompuse todos los recuerdos que tenia de ti para imaginar tu futuro. Te sospeché llegando a Río, caminar con tu mirada clavada al camino, con pasos cortos y rápidos, tu guitarra a la mano casi deslizándose por el piso, sabia que preferías rincones llenos de humo, donde aclarar la garganta y embriagarte con versos de la próxima canción. Como cuando arrinconado en tu cuarto, frotabas la guitarra porfiando palabras en un papel, y en el baño, uno de tus primeros estudios, hacer las grabaciones de turno. La próxima noticia tuya fue que estando un día en un aeropuerto pusiste rumbo a Mendoza, Argentina, sabia que no estarías quieto y seguías con tu camino al sur, intrincándote cada día más en tus deseos, por aquellos días te escribí algunas cartas, pero con el tiempo yo también despegué de donde quedaron malgastadas las ilusiones, y me largue a las estepas del Gran Khan, un poco más al Noreste; entonces sí creí de verdad que nunca más sabría de ti, años después, cuando deje de andar por ahí… y mientras me atragantaba de cerveza en un Bar de A Coruña, gracias a Vivian, nuestra incansable hermanita, te volví a descubrir y por estas cosas que tienen los nuevos tiempos de ordenadores y conexiones wifi, te escuche cantando algo así, como que tú eras Lennon.

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