miércoles, 13 de febrero de 2013

Isidro Ángel López Botalín nace el 11 de noviembre de 1949 en Guantánamo.


Me quedé pensando un segundo, ¿debía “pinchar” el botón “me gusta”?. Una putada de Facebook, tener que decir “me gusta” en la página donde dice que El Bota ya no está entre nosotros. Mientras recorría la página con la vista recordé la tarde que estaba en la calle Aguilera, en Santiago de Cuba. Esperaba en la parada de guagua cerca de la emisora CMKC,  tenía la intención de visitar a unos amigos en el Barrio de Vista Alegre. El ómnibus se demoraba, como siempre. Con desgano miraba calle abajo, cuando veo un Volkswagen de color amarillo pollito, que muy lentamente se viene arrimando al bordillo y se detiene frente a mí. Desde dentro el conductor baja una ventanilla y dice algo… yo no entiendo, me acerco con cautela, veo una “impresionante barba” que me dice: “sube, sube…”. No sé qué hacer, quien carajo es este tipo. “Coño, pero si eres tú, Botalín…” Como un relámpago entro y me siento en el lugar del copiloto. Antes de preguntar por la su espectacular barba le digo: “Botalín !¿y este “perol”?!. “Nada un VW”. Así era… digo, así es Botalín, no más palabras que las necesarias. Muchos años después Eduardito “el Mago” me contaba que aquellos días andaba algo nervioso porque estaba conduciendo por Santiago de Cuba sin carnet. La verdad es que no me pareció asustado, solo recuerdo que doblamos por la Plaza de Marte, seguimos por Garzón y el “perol” corría, como una exhalación, avenida abajo. Eran días donde en Santiago de Cuba se podían contar con los dedos de una mano los coches que se cruzaban. Mientras todavía me reponía de la primera impresión, intenté explicarle al “Bota” que, con este perol…, no había “jevita” que se resistiera; como si eso pudiera ser noticia. Me miró y  marcó su sonrisa con todos los dientes, al mismo tiempo comenzó a improvisar una colección de rimas con las palabras: gasolina, carro y chicas hermosas. Entre risas, el vertiginoso Volkswagen devoraba la avenida rumbo a Ferreiro,  mientras maquinábamos irnos de “cacería”.



Se celebraba un evento artístico en La Habana y Botalín junto a Eduardito “El Mago” andaban sin hotel. Augusto Blanca solucionó el problema, arregló que durmieran en la casa de unos parientes, estos estuvieron conformes porque eran buenos muchachos de Santiago de Cuba y amigos de Augusto. Los cubanos durante mucho tiempo estuvimos (seguro seguimos en lo mismo) explotando la capacidad de nuestros familiares para instalarse en la Habana; especialmente los que éramos de la zona Oriental del país. Pero en aquella casa vivía una chica que desató una lucha entre Botalín y Eduardo, como dicen los españoles: “la chavalina estaba como un tren…”. Se retaron, y como de “amor” se trataba, decidieron que “todo vale”. Estuvieron luchando uno con su guitarra y la poesía de sus canciones, el otro con sus habilidades de mago, haciendo un truco aquí y otro allá. La chica se dejó seducir con todo el encanto de su juventud y la gentileza que desata el  saberse deseada. Según se cuenta, la lucha fue frenética: engaños, trampas. Hoy me reservo el nombre del ganador en honor a dos colosos del ligue… solo me interesa decir: “que así era… digo, así es Botalín; siempre dispuesto a cualquier reto”.


Héctor Casillas Fernández apuntó en Facebook que durante un tiempo y cuando se celebró un evento de gráfica en México compartió con El Bota un piso. Según Héctor, cada noche cuando regresaban de su trabajo en el taller, se dedicaban a degustar esa divina bebida extraída del maguey que nos convierte en filósofos a todos los que rendimos pleitesía a sus propiedades. El tequila aportó  la posibilidad de construir amenas y extendidas pláticas trovadorescas que, entre algunos llantos y muchas risas, facilitó el surgimiento de una gran amistad. En Facebook, veo como Héctor le ha mandado un fuerte abrazo a su entrañable amigo, esté donde esté.  “Así era… digo, así es Botalín; un constructor de amigos para siempre”.


Rafael Quevedo se instaló en el último cuarto que, por su posición, se podía entrar desde fuera de la casa; era la antigua oficina del padre.  Allí se sentía cómodo. Sus experimentos musicales nocturnos no molestaban a los otros habitantes de la vivienda, sus visitas (generalmente femeninas) pasaban desapercibidas y por supuesto favorecían la intimidad. Un día visitó Botalín a Rafael en su guarida  y descubrió que la litografía que le había regalado la tenía prendida con tachuelas, en la parte interior de la puerta de entrada al cuarto. Botalín cabreado le preguntó que hacía ahí su regalo, cuando debía estar enmarcado y colgado en mejor lugar. Rafael trató de explicar que aquel era el mejor sitio, su preferido, que en realidad le tenía aprecio a la litografía y quiso darle un carácter muy personal, colocándola en lo que, para él, era un lugar “sublime”. Botalín no tragó y molesto, juró que nunca más le regalaría nada y mucho menos una litografía. Tiempo después y cuando Botalín exponía sus trabajos en la Catedral de La Habana, buscando algún “fula” para su economía familiar, recibió en su tinglado la visita de Rafael, que insistía de buena fe en que aquella litografía había sido tratada con respeto; incluso insistía para que le vendiera algo de su obra. Pero Botalín, como en tantas veces anteriores, cada vez que se veía o participan juntos en actividades sociales, siguió en sus trece, ni regalos, ni venta: “algún día te perdonaré, algún día… no sé cuándo, pero lo haré, pero antes tengo que olvidar que tenías mi litografía pegada con tachuelas…”. Así es Botalín, firme en su palabra y celoso con su obra, aunque el desliz fuera de un amigo.

Raimundo Orozco y Luis Miguel Valdés con El Bota

Estábamos preparando una comida en casa de mi tía Ana María Norbert (mi poetisa preferida). Muchas veces la casona de Vista Alegre se convertía en un verdadero alboroto de gente. Esta vez, todos en la cocina debatíamos fuertemente con todos los argumentos posibles, cuál era la mejor manera de hacer unas papas fritas: se debían verter las papas cuando el aceite estaba muy caliente, quizás mejor con el aceite tibio y taparlas los primeros minutos para después destaparlas y subir el fuego. La manera de intercambiar criterios era a gritos, descalificando cada nueva teoría. Fue en medio de esa discusión cuando apareció Botalín, haciendo una entrada silenciosa hasta la cocina, y se mantuvo escuchando con atención. Ana María, cansada de que discutiéramos cual era la forma correcta, se disponía a tirar sobre la sartén las primeras papas; Botalín abrió la boca y de manera muy pausada se expresó: “lo correcto es secarlas”. “¡¿Cómo?!”, exclamó mi tía. Con parsimonia Botalín terminó su explicación: “cada papa cortada en tiras como estas se debe secar con un paño. Así no salpica el aceite y la papa termina dorada y crujiente…”. Se hizo un silencio total, inquietante. Mi tía colocó la bandeja con las papas en la mesa, se desató el delantal, hizo un gesto con las manos y, alargando la frase, pronunció: “manos a la obra”. Inmediatamente extrajo un cigarrillo de una  cajetilla que reposaba en un estante de la cocina, lo prendió y con paso elegante salió de la cocina canturreando. Todas las miradas se clavaron en Botalín, que con una sonrisa socarrona se mantenía inmutable, como si con él no hubiera sido. Se produjo un aturdimiento colectivo que nos paralizó. Con un movimiento casi imperceptible Botalín tomó una de las papa cortadas en tiras entre sus dedos y pidió un paño. Su gesto y el hambre nos movilizó a todos, que nos disputábamos cualquier trapo y un puñado de papas. Entonces Lidia (la hija de Ana María) entró en acción, arrebató la bandeja y la volcó de un tirón sobre la enorme sartén humeante. Un fogonazo de vapor y un estruendo chirriante desató las risas. Hoy, cada vez que me veo involucrado con las papas fritas, porque las hago o porque me las como, tengo presente al Bota: “hay que secarlas con un paño, una a una…”. Y entonces soy yo quien esboza una sonrisa. “Así es Botalín, es capaz de reproducirse hasta en una papa frita…”

Isidro Ángel López Botalín


“Botalín, es con diferencia, el más talentoso del grupo de aquella época, en una litografía, en una pintura, componiendo una canción…” con esa frase terminó Rafael la conversación sobre el Bota el día que comentamos la página de Facebook. “Así es Botalín, deja huella…”

Una carta para el Estimado amigo Botalín:



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