viernes, 18 de enero de 2013

Con la comida no se juega.

Desde el piso de arriba llegó un estruendo tremendo, seguido de pisadas en tropel por las escaleras.  Me asusté, dejé de escribir y salí lo más rápido posible de la sala de máquinas (salón donde estaba instalado un ordenador tipo EC-1022). Cuando llegué a las escaleras, las chicas del departamento de perforación, entre risas y comentarios de asombro, pasaron cerca sin detenerse.  Detrás y más pausado venía Dagneris, el operador, con una sonrisa de oreja a oreja.

“¿Qué ha pasado?. Le pregunté.

“Fidelito está matando a Mongo…”. Respondió, mientras caminaba en dirección a la sala de máquinas.


“Como que está matando a mongo”. 

“Sí, lo tenía atrabancao por el cuello… ¿tú estás trabajando ahora con la maquina?”. Me preguntó y no esperó mi respuesta. Empujó la puerta de la sala de máquina, viró la cabeza y me dijo: “Después te cuento”. Con la misma, se fue directo al cubículo de los técnicos. Yo regresé  a mi trabajo y me senté frente al display.  Desde mi posición, a través de una ventana de cristal, podía ver a Dagneris y los técnicos pero no los escuchaba, a ratos se agitaban todos, era evidente que reían desenfrenadamente.  Dagneris repetía, con gesticulación de mimo, una mueca macabra donde se metía un dedo en la boca y hacia arqueadas prolongadas.

Yo estaba intrigado pero también tranquilo. Aunque la historia parecía  violenta, era contada entre risas y, como no escuché ningún grito de auxilio desde arriba, supuse sería alguna de las acostumbradas bromas que se gastaban entre ellos.

Por necesidad de la empresa muchos trabajadores se quedaron más allá de la jornada laboral. El centro de cálculo para esos casos preparaba meriendas especiales, que la dirección brindaba con la intención de garantizar la asistencia. Esos días “especiales”, servían bocadillos de jamón y queso con refrescos en botella; todo un manjar (según el criterio de la dirección). Una manera de incentivar al personal, cuando los planes de cumplimiento se retrasaban y era necesario hacer jornadas extras para garantizar los resultados.

Ya casi había olvidado lo sucedido cuando entró Fidelito a la sala de máquina. Me miró con esa cara de chiflado que pone, seguramente incorporada desde su niñez, cuando sabe que algo malo hizo. Entró, se sentó junto a mí  y me comentó:

“Le di su merecido, a Mongo…”

“Por fin me voy a enterar, ¿qué pasó?”. En ese instante se abrió la puerta del cubículo de los técnicos y a gritos reclamaron su presencia.

“Ahora te cuento…”, se fue con los técnicos y se reactivaron las risas, Fidelito demostraba con Dagneris en el papel de Mongo como lo había engarzado por el cuello. Yo seguí tecleando comandos, tratando de terminar mi trabajo lo antes posible y largarme a casa.

No pasaron dos minutos y  Mongo asomó la cabeza en la sala de máquinas. Entonces automáticamente miré hacia el departamento de los técnicos y vi como corrieron una cortina tapando la visibilidad, mientras, por los lados, se detectaban ligeros levantamientos. Mongo caminó muy despacio hasta dónde yo estaba, arrastró la silla satélite dónde antes estuvo Fidelito, se sentó y me dijo casi con dolor:

“Fidelito casi me mata….”

“Qué coño pasó Mongo, yo sentí un estruendo, después la gente bajó en tropel del comedor y dice Dagneris que Fidelito te estaba estrangulando…”

“No pasó nada…  solo quise jugarle una broma, pero el tipo ¡me atacó!. Estábamos merendando y yo había terminado con mi bocadito de jamón y queso. Fidelito entró en el comedor, cogí uno de la bandeja y dije: Fidelito, esta es tu merienda. Me lo metí en la boca y mastiqué.”

“¿El bocadito completo?”, pregunté.

“Sí. Tampoco son muy grandes, solo tienen una lasca de jamón y otra de queso. Pero Fidelito saltó cómo un jaguar por encima de todas las mesas. La gente comenzó a gritar y a salir corriendo. No me dio tiempo a nada, yo quería masticar rápido pero Fidelito llegó hasta mí y me agarró por el cuello; quise soltarme, pero no podía.”

“Que saltó entre las mesas…”

“No sé, fue como un relámpago… se abalanzó gritando: Aaaaaaaahhhh!, solo me dio tiempo a bajar la cabeza.  En un abrir y cerrar de ojos me agarró por el cuello con una mano y con la otra trataba de abrirme la boca. Yo trataba de masticar pero también tenía ganas de reír, perdí toda la fuerza…”

“¿Y entonces?”

“Nada…. Comenzamos a forcejear, yo tratando de soltarme y el meterme los dedos en la boca. Al final lo logró, con eso dedazos que tiene, ¡zasss…! de un tirón me sacó el bocado  y me dijo: “Ni pa´ti ni pa´mi…”

¿¡Y ya!?.

“Noooo…. Le dije que lo había escupido todo y abrí la boca para que lo comprobara, pero no me soltó.  Con sus dedones rebuscó por todo el cielo de la boca… debajo de la lengua, escarbó hasta la garganta. Un segundo más y vomito. Cuando comprobó que no quedaban nada, me soltó. Yo me quede allí, incrédulo, incluso asustado. Él se largó tan campante…”

“Pero Mongo, ¿era el último bocadillo?. 

“Ni me acuerdo, la bandeja se cayó de la mesa con el forcejeo…”

“Creo que has tenido suerte”.

“Qué coño suerte, casi me mata…”

“Bueno, míralo de esta manera, menos mal que no llegaste a tragar; porque entonces Fidelito hubiera tenido que ir a buscar su bocadito en tu estómago. Ahora mismo tus tripas estarían al aire libre… creo que no tragar te salvó la vida…”

Nos reímos con ganas y Mongo sentenció:

Con ese nombre que tiene… no sé cómo se me ocurrió jugar con su comida…”


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