lunes, 17 de junio de 2013

San Xoán en A Coruña, desde los ojos y el corazón de un cubano.



Con prisa me vestí, con un vistazo evalué que todo dentro del piso quedara en orden. Bajé las escaleras de dos en dos. En la calle, el olor a sardina asada delataba la celebración. Me detuve unos segundo en la acera y pensé: a la derecha..., a la izquierda...; por la derecha. No es mi primer día de San Juan en Galicia, pero sí el que me conquistó. Antes miraba las fogatas como el viajero alucinado por las maneras de otros; hoy estoy entregado a las fiestas. Una buena sardina desmembrada con los dedos, un buen mendrugo de pan de tierra gallega, masticar con fuerza, para, después de zamparse el bocado, tomar un largo y profundo trago de Albariño; les juro, es como tocar el cielo… En A Coruña la música suena por todas partes, la gente ríe, canta, baila y el ambiente de la ciudad tiene un efecto purificador.



En estas fiestas una de las costumbres es saltar tres veces sobre las hogueras que se arman en las playas y pedir un deseo. Yo no estoy de acuerdo con el salto, prefiero pedir mis deseos frente a la fogata, sin intentar piruetas, aunque confieso que algo de verdad debe tener la tradición, porque por ahora mis deseos brillan por su ausencia, en especial: “El Gordo de la Primitiva”; sigo sin resultados positivos. Pero hoy es un día para olvidar… hoy todos nos damos las manos sin importarnos la facha.

Caminando por la playa de Orzán, rozando el mar, me entremezclo con la gente que rodea las piras, donde comen, beben, cantan, danzan y saltan el fuego demandando pretensiones… además de practicar todas las actividades humanas a las que recurrimos cuando toca celebrar. En mi imaginario de Cuba no existe esta fiesta, seguramente porque no se celebra. Mis referencias a San Juan se limitan a cuando se difundió la canción de Joan Manuel Serrat, “Fiesta”: Gloria a Dios en las alturas, recogieron las basuras de mi calle, ayer a oscuras y hoy sembrada de bombillas.

En A Coruña, la ciudad vieja es como mi ciudad natal en sus días de celebración. Las calles son estrechas, las casas apiñadas, en cualquier recoveco el asfalto le disputa espacio al adoquín o viceversa. Las calles adornadas con banderitas de papel y fogones improvisados siempre humeantes. “Vamos subiendo la cuesta que arriba mi calle se vistió de fiesta”. Sigo mi camino, sin dejar de mirar el encanto de la celebración, hasta el Campo da Leña, o Plaza de España… como quieran llamarla. Yo prefiero su noble nombre en galego. En la calle San Xoán, el olor de la cebada fermentada (olor a cerveza, sí, a cerveza) es irresistible. Pido mi primera caña en el Bar Nueva Cesuras, y salgo fuera para observar mejor el panorama de la calle. La manera desenfada con la que viven en Coruña las fiestas aparentemente resulta igual que en todas partes, pero a mí, se me antoja más atrevida. Sonriendo recuerdo las palabras de Chichi (Eduardo Blanco) cuando me visitó en la Escuela de Medicina en Santiago de Cuba y en la cafetería (rebosante de chichas hermosas) me dice: “Gaby, esto es un bollal”, que en español peninsular es lo mismo que: “Gaby, esto es un bollerío”; pues, como les cuento… la calle San Xoán, en las fiesta de San Xoán es un BOLLAL!!!.

Definitivamente me instalé en la esquina Rúa da Torre y San Xosé. A esta hora, todavía y después de muchas cañas de “Estrella Galicia”, mantengo el equilibrio mientras me balanceo al son de la música y, lo más importante, tratando de mantenerme cerca de mi chica, que también alardea con su baile, mientras unos tipos que tienen pinta de seductores la observan…

En medio de la música y los cantos..., un galego con estampa de viejo marinero se quita la camisa mientras grita: “Ni una sola palabra en español en mi cuerpo”. Mostraba disímiles tatuajes por toda su espalda, brazos y pecho. Varios lugareños lo miraban y sonreían a carcajadas; tenían gracia sus palabras, porque se expresaba en perfecto castellano, presumiendo de que sus tatuajes estaban en muchas lenguas… menos en castellano. 

Entre los fogonazos de los flashes de paisanos que quieren inmortalizar su noche y la música en directo de un dúo estridente, despedí la noche en aquel lugar entre apretones y besos de cariño con mi novia. Todavía nos bebimos algunas cañas más, mientras los músicos con guitarra y timbales no dejaban de complacer a la gente que les pedían rancheras, cumbias y boleros indiscriminadamente; parecía la noche del San Xoán de una ciudad cualquiera de Sudamérica. Increíble cómo una generación entera de gallegos está atrapada por esa música. El dúo que amenizó el último tramo de la noche tuvo momentos desafiantes y, en dos o tres ocasiones, intenté emularlos con mis aportaciones vocales en algunos boleros; menos mal que la gente no puso atención a mis alardes. 

Con la inercia propia de los acostumbrados, nos fuimos a casa, en una especie de danza zigzagueante, que se complicaba de momento cuando tuvimos que sortear, en varias ocasiones, la carga fecal de algún perro. ¡Oh, Coruñeses, dueños de canes “cagalitrosos”, cuánto daño le hacen a esta ciudad!. En nuestro recorrido final también tropezamos con un viejo más borracho que yo. Se detuvo, abrió los brazos y, con voz atronadora, nos recordó: “es día de San Xoán”, y sin darme tiempo a reafirmarlo, nos largó a boca’e jarro el cántico de guerra coruñés: “vivir na Coruña que bonito é, andar de parranda e dormir de pé…”. 

El resto del trayecto lo pasé discutiendo con mi novia los mil y un argumento de por qué en Cuba estas celebraciones no se pueden llamar populares. “No!, porque en Cuba no existe lo popular, existe lo revolucionario, todo dentro de la Revolución, nada fuera de la Revolución”. Es decir, una especie de falacia que reinterpreta toda la antropología conocida… “Te lo explico: ¿Las sardinas y el pan de esta fiesta fueron repartidas por el Ayuntamiento según las “normas de consumo” gallegas a cada familia?. ¡No!, entonces son productos obtenidos de manera ilegal. ¿La música del Dúo que escuchamos está autorizada por el Ministerio de Cultura? ¡No!. ¿En la fiesta se ha interpretado algún tipo de expresión musical de músicos gallegos que hayan emigrado antes, durante y después de la transición? ¡Sí!, pues estamos jodíos… propaganda enemiga. Y lo más importante, ¿alguien ha dedicado algunas palabras de agradecimiento al gobierno y a sus líderes en algún momento?, ¡No!, pues queda suspendida la fiesta… y al carajo con las opiniones”.

Todo el viaje de retorno a casa, mi mente estuvo merodeando mi viejo Santiago y me reí imaginando que si “El Mongo” estuviera viviendo en Coruña, bien que podríamos el próximo año amenizar las fiestas de San Xoán con guitarras y timbales, y despertar el bien y el mal para mandar a dormir nuestras miserias…


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