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Reivindicando el orgullo de ser gallego
Revindicar las raíces vitales de nuestro pueblo no es una osadía, ni, muchos menos, una temeridad. Es reconocer que el tiempo corrige los errores del pasado. Una mirada retrospectiva nos reafirma en el carácter firme y decidido de nuestros ancestros, no siempre reconocido y valorado suficientemente.
En efecto, el vocablo “gallego” que fue usado, peyorativamente, cuando el atraso cultural y social de nuestra población era moneda de uso corriente [en el caso de los cubanos podemos recurrir a los tópicos: haraganes, poco serios, fiesteros], dio paso, con el transcurso del tiempo, al reconocimiento de valores intrínsecos que resplandece en el talante natural y en el espíritu de trabajo, que anidan en el corazón de nuestros paisanos.
Sin una recia contextura personal y humana sería inexplicable su apego a la tierra y, paradójicamente, su ansia de conocer nuevos mundos y experimentar nuevas sensaciones. Y ese impulso no ha sido obra exclusivamente de la necesidad. Esa única razón no explica el valor y la decisión de “cruzar el charco”, sin más horizonte que probar fortuna en lejanas tierras, de las que no siempre volvía y en las que, tampoco, mejoraba siempre su situación.
Era la necesidad, unida a un espíritu de lucha y sacrificio, lo que querían poner a prueba nuestros emigrantes. No eran pusilánimes, ni aventureros. Iban en busca de trabajo y con el ánimo de lograr con su esfuerzo la confianza de los países de ultramar, a los que ligaban su futuro y destino.
No eran mercenarios ni trashumantes. Eran personas que confiaban en su voluntad de trabajo y espíritu de sacrificio, para conseguir una vida mejor. Ese capital humano era la principal aportación de nuestros emigrantes a los países de acogida. La única credencial que llevaban era un modesto ajuar con sus escasas pertenencias.
Esa misma mentalidad, de arraigo a la tierra de origen y de fácil adaptabilidad a la de destino, se reprodujo en la emigración a Europa, con la única diferencia de que, en esta nueva diáspora del gallego, los lugares de destino eran, por costumbres y, sobre todo, por el idioma, de más difícil adaptación.
Es evidente, que al gallego, nada le arredra. Posee una fortaleza de ánimo y una confianza en sus propias fuerzas, que lo convierte en un trabajador infatigable y ejemplar […]
Ya Hegel, en su Filosofía de la Historia Universal, afirma que, fue en los primeros pueblos que se atrevieron a abandonar la tierra firme y hacerse a la mar, en donde nació el espíritu humano y adquirió conciencia de sí mismo.
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Reconocer y proclamar el orgullo de ser gallego no puede llevarnos a dimitir de nuestra proverbial modestia, sencillez y prudencia, que también constituyen nuestra carta de naturaleza.
Orgullo, sí; presunción, no. Modestia, sí; servilismo, no. Sencillez, sí; soberbia no.
Así somos y así queremos ser y que así se nos reconozca y considere.
Imagen de La Voz de Galicia |
Si cambiamos el término gallego o cubano por cualquier otro… igual aquellos también se pueden sentir identificados. ¿A quién no le gusta escuchar que somos trabajadores, modestos, sencillos, valientes… que disponemos de un espíritu de lucha y sacrificio proverbial?. Cuando leía el artículo me parecía estar frente a la descripción de un signo zodiacal de una revista semanal cualquiera o el último capítulo de un libro de autoayuda. No quiero resultar un aguafiestas, pero de verdad, ser gallego o cubano es algo más intrincado que simplemente reconocernos poseedores de todas estas virtudes.
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