lunes, 5 de octubre de 2015

I. A Coruña, ¿Cómo llegar a Cuba?





Cuando Denís entró al Pub de la Ciudad Vieja, en A Coruña, sintió de golpe el sofocante resuello del local: tufo a humedad, luces de velas como única iluminación, conversaciones ensordecedoras, música a todo volumen,  bailadores sudorosos, paredes repletas de grafitis (muy obscenos) y muchas fotos de viejos coches americanos en la Habana. No faltaba un solo ingrediente de las referencias que le dieron.  Sorteando los danzarines llegó hasta la barra; el único lugar iluminado. Nada más sentarse, y lo abordó un mulato grandulón, proponiéndole diferentes bebidas con un fuerte acento caribeño. Denís, con un ligero gesto de cabeza ratificó su última oferta.  Minutos después,  bebía  un mojito mientras daba vueltas en su mente cómo abordar el tema que le traía. Así estuvo otros minutos más, mientras  la música continuaba retumbando en el local de manera machacona.



Cuando terminó su bebida le hizo señas al mulato. Se inclinó y le deslizó  un billete de 100 euros, al tiempo que le decía al oído: “Quiero ir a Cuba”.  El mulato soltó un sonoro “¡solavayaaa!” y retrocedió sacudiendo las manos como si le atacara un enjambre de avispas.

Con el chillido todo el pub se paralizó. Entonces se pudo escuchar con claridad el estribillo de la canción: “nena... tú la ma’rica gallega… si te va conmigo pa’Cuba, te hago mi reina…”. Andrés, el barman, que se sabía observado por todos, hizo señas para que continuaran a lo suyo.

“¿Tú estás loco? ¡Ir a Cuba!  Escucha, después que Raúl se mató cuando cayó, o lo tiraron del balcón de su oficina, la cosa en Cuba está mala y, además… ¡¿tú no sabes que Fidel está desaparecido?! ¿Tú no sabes que los americanos tienen bloqueada la Isla?  Chaval, perdóname, pero no puedo ayudarte. Espera… tú eres el novio de la chica de Láncara, la que se llevaron pa’Cuba. Sí, tú mismo eres. ¡Jodeeer! Y tú, ¿pa’qué quieres ir a Cuba?, ¡tú tienes un problema! Perdóname, pero no puedo ayudarte”.

Andrés pronunció la última frase muy despacio y con convicción, levantando algo más de lo normal el volumen de su voz.

Denís frunció el ceño, guardó sus cien euros, echó una ojeada al recinto y descubrió que todos lo escudriñaban con la mirada. Se levantó, giró en dirección a la salida y se largó del lugar.

En la Plaza de María Pita y frente a la estatua, recordó que de niño en su casa solo se hablaba de la importancia de la Revolución Cubana. Muchas veces soñó con hacer el viaje que, ahora, se veía obligado a intentar, a como diera lugar. Cuando más sumido estaba en sus pensamientos, con el rabillo del ojo ve que alguien se le acerca.

“¿Tú eres el que quiere ir a Cuba?”.

Denís miró a los ojos al joven, de rasgos afroasiáticos, y le espetó: “¿Te manda el barman?”.

“No, pero quiero hablar contigo, no es por na’malo, es que yo sé cómo llegar a Cuba”.

“¿No dicen que es imposible?”.

“Bueno, es difícil, pero si tienes dinero… no es imposible”.

“Entiendo. El dinero no preocupa. Vale, es igual, ¿cómo hacemos?”.

En el pub, la música y los bailadores siguen fieles a su rutina, Andrés no deja de mirar la puerta. Con una mano sostiene su teléfono y con la otra trata de armar otro mojito, cuando suena el teléfono.

“Dime, ¿qué dices?, ¿Que está sentado en los bancos del Parrote?, bueno, no lo pierdas de vista. Tú lo sigues y me dices dónde se queda. Chino… chino, escucha. Tú no lo pierdas de vista, no lo pierdas de vista, ya después nos arreglamos”.

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