Capítulo IV. El desembarco.
Amanece y la luz se apodera de todo. Los tripulantes del Katamarán, exhaustos, comienzan su desembarco. Anclan a unos metros de la orilla, se quitan toda la ropa, que está completamente mojada; y se quedan en trusa (traje de baño). Es el Caribe, pero en esta época hace algo de frío y deciden hacer fuego. Agrupan la madera que ha recalado en el lugar y, con la bujía del motor y algo de combustible, encienden una fogata. Entonces ven que alguien les hace señas con una linterna desde el otro lado de la bahía. Pero no pueden responder… ya no tienen linterna, la rompieron.
Todavía no tienen seguridad de si llegaron a territorio americano, por eso están pendientes a todo lo que se mueve. Y entonces ven como un destroyer con la inscripción US. NAVY entra en la bahía y ellos, como náufragos, saludan batiendo los brazos dirigiéndose a los marines, que primero miran con ciertas dudas, pero luego responden como gente normal a los saludos.
Los de la linterna del otro lado se cansan de hacer señas y desisten. Onel y los otros, ya secos, deciden subir una pequeña cuesta desde la orilla hasta el firme, terminando en una gran carretera asfaltada que Onel interpreta como una pista de aeropuerto.
Siguen caminando hasta que ven casetas y carros estacionados al otro lado de la pista. Cruzan y les sorprende ver que las llaves en los carros están puestas y las puertas de las oficinas abiertas. Entran a las oficinas curioseando y ven equipos que no se pueden imaginar que existan. Hoy podrían reconocer que eran impresoras, computadoras, fotocopiadoras, modem…, pero los equipos son de una generación que les hace pensar que han viajado en el tiempo al futuro.
Mientras curiosean, ven pasar un todoterreno con gente vestida como para un picnic (es que era un sabado) que les saludan y ellos responden con igual entusiasmo. Pasados unos 10 o 15 minutos, y después de caminar más de un kilómetro, ven que viene un todoterreno con marines o militares, que vestían uniformes de camuflaje.
El todoterreno ya está cerca y por la velocidad que trae es evidente que seguiría su camino, pero Onel grita:
“We are Cubans...”. Somos cubanos; bueno, lo traduzco pa’que me entiendan.
Y ven con asombro que el todoterreno frena bruscamente, haciendo chirriar las ruedas, y comienza una marcha atrás a toda velocidad. Uno de los militares responde:
What?. Que en cubano está clarito, clarito. “¿Qué coño dices?”
“Somos cubanos, We are Cubans”.
Chapurreando el inglés que aprendió en la secundaria, Onel les explica que han llegado por el mar y que tienen el “barco” anclado muy cerca. Entonces el oficial al mando les ordena subir al todoterreno y señalar el lugar. Después de llegar al sitio del desembarco, les ordena sacar el Katamarán del agua. Los militares lo inspeccionan y finalmente se llevan a Onel, a Omar y al Rojo hasta un barracón. Allí pueden asearse y cambiarse de ropa.
Durante más de un mes son interrogados, filmados y fotografiados. Y también incomunicados. Se comprende que Marta María, expresando hoy en día el malestar causado por esa ausencia, dijese: “Todavía recuerdo aquella noche como la más larga y triste de mi vida... duró 40 días”.
Siempre, o generalmente, a los que llegaban a la Base de Guantánamo desde Cuba les daban la oportunidad de hacer una llamada a sus familiares, pero a estos el tratamiento que les dieron se me antoja (a mi) un poco “especial”. Yo soy de la teoría de que los militares norteamericanos consideraron que estos tres tipos eran demasiado sofisticados como para ser simples balseros.
Dice Onel: “Después de mucho investigar, se dieron cuenta de que éramos tres cubanos comemierdas…” Pero yo sigo pensando que no. Onel y sus amigos, con su imaginación y atrevimiento, sorprendieron a la inteligencia norteamericana. Y lo pienso porque, incluso, a gente que llegó después que ellos, se les permitió comunicarse con la familia. Hasta los de la Pipa, aquellos que les faltaba dinero para comprar el camión y llegaron días después con mucha dificultad (pero esa es otra historia), llamaron sin dificultad a sus casas desde la misma Base. Eso sugiere que el Katamarán superó la imaginación de la jefatura de la Base Naval de Guantánamo. ¡Toma YA!
En Cuba, la familia de Onel escuchaba todas las noches Radio Martí, que por aquellos días siempre daba los nombres de los cubanos que llegaban a USA, lo mismo por el Estrecho de la Florida que por la Base, o cualquier otro lugar; incluso de los cubanos que decidían quedarse por Europa. Pero de Onel no se escuchaba nada, y está de más decir que la preocupación era muy grande. Todos llegaran a pensar que las cosas habían salido muy mal. Alguien dijo, que vio, que le dijeron… que Onel estaba vivo. Pero eran comentarios, ninguna noticia estaba confirmada.
Casi dos meses después de la noche que Onel se marchó, una tarde sonó el teléfono en Cuabitas, Cuba. Alguien corrió ansioso a cogerlo… y resultó que la llamada llegaba desde Miami. Después de correr y llamar a Marta, con algún que otro grito, esta se puso al teléfono.
“Dígame”, dijo sabiendo que del otro lado estaba Onel.
Este le respondió: “Marta...”, apagando su voz y dejando un silencio atronador.
“Estás vivo”, dijo Marta.
“Si, y coleando...”
Era tanta la emoción, que resultaba imposible mantener una conversación normal. Poco a poco llegó la calma y pudieron entenderse. Cuando él terminó con los detalles, Marta cedió el teléfono a sus hijos. Ella cuenta que después, cuando le preguntó a Pasculin qué le había dicho su padre por teléfono, el niño le respondió:
“Dice que está en Miami, pero yo no le creo…”
A mí me pasó igual. Cuando Emilito me dijo que Onel se había ido a USA montado en un sidecar, también le dije: “No me lo creo”.
Sin embargo, fue verdad. Quién lo iba a decir, quién podía suponer que Onel un día llegaría a USA montando en su sueño. Quién puede decir ahora que Onel se inventaba las cosas. Pero es que muchas veces (o casi siempre) le pronosticaron que su imaginación le jugaría malas pasadas. Sin embargo, lo logró, y ahora está en Texas, USA.
Onel se fue de Cuba, y se puede decir que se llevó a toda su familia montada en su Katamarán.
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