Si hablamos de la comida que nos servían en Macanacú, almuerzo y cena, podemos decir con toda rotundidad que era muy mala y siempre la misma: sopa y “galletas campesinas” -¿no aclaré antes como eran las galletas?-, pues lo hago ahora: grandes, sosas, elásticas como chicle y hechas con harina rancia. Muy malas…
Pero quiero señalar un detalle no menos importante, a la hora de comer (cenar) tenías que andarte ágil… Porque te podías quedar sin ella. Y había algo peor, más jodido, que te dieran un plato con sorpresa desagradable. Amelia Henríquez me contó que en una ocasión le dieron una sopa de pollo y que la de ella ¡tenía la cabeza con los ojos, el pico y la cresta del pollo!
Martha Henríquez la hermana de Amelia me relató:
Otra historia semejante a la de la sopa de ojo y pico de pollo fue cuando, una noche, Amalia y yo fuimos a comer y se había terminado la comida, que era un plato de sopa como cada noche. Entonces, nos dieron una lata de sardina para compartir entre cuatro o cinco y un pedazo de pan a cada una, pero Amalia y yo ya no quisimos comer y, afortunadamente, guardamos el pan para el desayuno. ¡Por la mañana no lo pudimos comer!, porque a la luz del día pudimos ver que el pan estaba verde de moho.
La primera semana pasó muy rápido, estuvimos casi todos los días dentro de los albergues; no dejaba de llover. Llegó el domingo y se esperaban los primero padres de visita. Yo sabía que los míos no vendrían, fue duro para mí, porque las provisiones que llevé se habían agotado.
Como no esperaba a mis viejos me dedique a jugar a las cartas con mis amigos en el albergue, evitando el lodazal del exterior. Sorprendentemente la mañana de aquel domingo fue soleada. Y más o menos al media día llegaron las primeras noticias de los padres, estaban en una orilla del río saludando a sus hijos… que estaban en la otra orilla.
Me contaba Marta Henríquez que aquel día solo pudo cruzar el marido de la profesora Olivia.
Olivia del Toro era profesora de biología y vive en Cuabitas (Sgto. de Cuba), estuve con ella en agosto pasado cuando estuve en Cuba, conversando con ella recordamos que aquel primer domingo en Macanacú el río estaba tan crecido que los padres no pudieron llegar al campamento. Solo el esposo de Olivia fue el único que cruzó el río, porque era un hombre joven, fuerte y arriesgó en aquellas condiciones.
Desde que empezamos hablar sobre Macanacú estoy pensando en las vivencias de mi mamá. Esa es la parte que recuerdo con más pena, porque mi mamá era entonces una mujer de 52 o 53 años y recuerdo que contaba, después de muchos años, cómo tuvo que caminar 9 kilómetros hasta el campamento y 9 kilómetros de regreso, donde estaba el transporte que la llevó y con el cual regresaba a casa. Todo el tiempo chapaleando fango y con las javas de comida al hombro.
Hablando de la estancia allí, recuerdo muy bien que lo primero que sucedió fue que empezamos a escribir a nuestros padres, horrorizados, con las condiciones en que estábamos. Horrores tales como que para tomar agua, teníamos un tanque metálico en el que tenías que apartar las moscas ahogadas, que flotaban, para llenar tu vaso; la otra opción era morirse de sed. Entonces la dirección del campamento, inspirada en la enseñanza comunista que pregona el no respeto en absoluto a la privacidad, decidió chequear lo que los estudiantes escribían a sus padres, y por supuesto las cartas no llegaron nunca a su destino.
Leonardo Martinez Palomo. Yo también estuve en Macanacú, fue mi primera experiencia en la escuela al campo, tenía 11 años y fui con la secundaria 26 de julio. Y es así como lo cuentan, llovía casi todos los días, la comida desastrosa. Recuerdo que estaba lavando mi bandeja al lado de la cocina y salió un campesino con una olla de chícharos caliente y tropezó conmigo, que estaba agachado, y me la echo en la espalda, al sentir la “candela” me lancé de cabeza en el tanque de agua. Me llevaron a la enfermería y me cubrieron la espalda con un tinte rojo. Como era el más pequeño la atención de la directora y los maestros fue esmerada y casi nunca en los 45 días fui al campo, gracias a dios no me quedo marcas de quemadura en la espalda. Al año siguiente me traslade para la Secundaria Espino Fernández.
La Escuela al Campo en Cuba II
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