"Esos son los cubanos (...) Se les critica y se les envidia pero en el fondo se les admira. Gallegos por el trabajo y judíos por la voluntad de sobrevivir, constituyen una legión empecinada que no se deja ignorar. Traen su música calurosa, el ruido de sus tambores, los frijoles negros y el bistec de palomilla con moros y maduros. Pero traen sobre todo la simpatía, la cordialidad y la laboriosidad (...) son la única población mundial trasplantada, que (salvo a los hebreos) en un tercio de siglo no han perdido su identidad..." Agustín Tamargo.
Sí, estoy de acuerdo con Tamargo, pero también es verdad que los cubanos se distinguen por otras muchas razones que no parecen tan trascendentales y que igual le proporcionan elementos o detalles que hace su identidad reconocible, por lo menos distinguible de cualquier otro tipo de población.
La primera explicación que escuché de un extranjero de porqué los cubanos somos reconocibles por alguna característica especial fue: “cuando los cubanos salen del baño de un restaurante, cafetería o un bar, son los únicos que salen cerrándose el zíper (cremallera) del pantalón, y no solo en caso de los varones. Las cubanas también eran las únicas –que él había visto- que con pequeños y rápidos movimientos de manos estiran y acomodan sus faldas (sayas, para que nos entendamos todos), y lo hacían también como en el caso de los varones, apenas salían de los baños; sin importarles que la puerta diera directamente al salón”.
No hace mucho, esperando mi turno para pagar en un supermercado, la cola crecía, la cajera al percatarse decidió pedir ayuda utilizando el audio local. Tomó un micrófono que tenía cerca y llamó: “Norma, a las caja registradora”. No pasaron dos segundos y una voz entre la fila que esperaba se alzó con claridad: “Normaaaa….. Normaaaa…. Que venga pa’la caja”, inmediatamente otra le siguió: “Norma chica… que tenemos prisas.”. No tardó mucho Norma, llegó en una carrerita a ocupar una de las cajas vacías. La cola comenzó a moverse y un señor que estaba delante de mí se giró y me dijo con cierta complicidad: “Los que llamaron a Norma seguro son cubanos. Por el acento, por el acento”. Lo dijo sonriendo, hasta puedo decir que lo señaló con gozo. No hice ningún comentario, tan solo sonreí, yo también pude reconocer ese acento definitivo. Aquella escena me hizo recordar que en el cine, allá en Cuba, muchas veces escuché a la acomodadora preguntar por alguien en voz alta: “Jacinto… lo solicitan en taquilla”, y no uno, varios replicaron: “Jacinto no está aquí… ¡está en la caña!”. Los cubanos, como dice Tamargo, no dejamos que se nos ignore, porque disponemos de muchos recursos para hacernos notar.
-Algunos, algunos... te ha faltado decir esa palabra; algunos.
Eso me dijo una vez un cubano, cuando, como tantas veces, nos sentamos y comentamos las características tan especiales que nos hacen tan singulares. Pero la verdad es que esos “algunos” hacemos tendencia.
No nos basta con hablar, somos capaces de participar en todas las conversaciones que trascurren a nuestro alrededor o, lo que es todavía más impresionante, hacemos participar de nuestras conversaciones a todos los que están alrededor. No hace mucho que llegué a un país… sí, a un país. A los pocos días conocí a una cubana que llevaba varios años por esos lares. Nos vimos varias veces, en algunos momentos comentamos el tema de la regulación de mi documentación y la manera más fácil de agilizarla. Pero dejemos de vernos y pasaron varios meses sin encontrarnos. Un sábado por la tarde estaba acompañado de una joven que días antes había conocido, conversamos animadamente de nuestro gustos, de nuestra vida y nuestras esperanzas. Mientras nos tomábamos un mojito en la barra de un restaurante, esperando ocupar nuestra reserva en el salón, siento que una persona me toca por la espalda. “Muchacho, cuanto tiempo sin verte”, me giró y veo que es mi vecina; “cuéntame”, me dice con alegría y con esa manera muy cubana de mantener una conversación a todo lo alto, “YA ARREGLASTE TUS PAPELES O SIGUES TODAVÍA SIN DOCUMENTOS…?”. Cuando se diseminó la información (de esa forma altisonante) de la existencia de un indocumentado, vocablo que produce tanto pavor en el europeo, vi como todas las miradas, nerviosas, curiosas, temerosas, se clavaron sobre mí. Le agradecí la preocupación a mi vecina con una sonrisa, la despedí con un “hasta más ver…”. Viré el sillón y le señale al barman que era hora de otro mojito.
Los cubanos… bueno, algunos, algunos…
Los que hemos estado fuera de Cuba y que hemos tenido amistad con habitantes de otros países, terminamos dándonos cuenta de que todo lo que hacemos en Cuba “lo hacemos de forma mejor”. Considerando que los que nos hemos ido de Cuba lo hicimos porque todo lo que se hacia allá nos parecía una mierda... Esta es una característica de las más destacadas. Qué cubano, que se ha sentado en la casa de un amigo holandés, invitado a un almuerzo en casa de un francés o ha estado en un Pub inglés conversando con un nativo, no ha dicho: “no entiendo cómo es que aquí ustedes hacen las cosas de esa manera o de aquella otra. Allá en Cuba, nosotros hacemos esto, lo otro y lo de más allá”; y siempre resulta ser una variante más inteligente (en nuestra opinión, claro). En definitiva, que la consideramos superior.
El relativismo del espacio-tiempo es de uso corriente a partir de la Teoría de la Relatividad especial formulada por Einstein en 1905. ¿Pero quiénes por primera vez y de manera práctica aplican la teoría?. Los cubanos, como no podía ser de otra manera. Para nosotros siempre ha estado muy claro (mucho antes que lo publicara Einstein) que el espacio y el tiempo no pueden ser considerados entes independientes. Para poder revelar con claridad esta característica de los cubanos, debo remitirme a un párrafo que de forma muy sencilla da explicación en la Wikipedia(Espacio-tiempo) al fenómeno:
Las consecuencias de esta relatividad del tiempo han tenido diversas comprobaciones experimentales. Una de ellas se realizó utilizando dos relojes atómicos de elevada precisión, inicialmente sincronizados, uno de los cuales se mantuvo fijo mientras que el otro fue transportado en un avión. Al regresar del viaje se constató que mostraban una leve diferencia de 184 nanosegundos, habiendo transcurrido "el tiempo" más lentamente para el reloj en movimiento.
Demostraré con un sencillo ejemplo como este hecho queda demostrado en el comportamiento normal de dos cubanos:
Dos cubanos quedan de acuerdo en la esquina de Prado y Neptuno, a las 12:00, para comer en el Restaurante del mismo nombre y tratar temas de negocios. El primero de los cubanos que llega al lugar se convierte en la referencia para el reloj que se mantiene fijo (para el tiempo) y el cubano que está por llegar se convierte en la referencia para el reloj en movimiento. Por lo que plantea la teoría, en el reloj en movimiento “el tiempo” transcurre más lentamente.
Ahora consideremos el resultado de los acontecimientos. Cuando han pasado dos horas después de las 12:00 -en el reloj de referencia fija -, el cubano que llegó primero y que ha estado esperando, decide entrar al restaurante y comer solo, dando por fracasado el intento de negocio. El cubano que era la referencia para el reloj en movimiento, que llega dos horas después (según el reloj fijo) y, aquí está el detalle muy cubano, comienza a increpar y muestra su enfado al otro cubano, ¡por no esperarlo! y decidir de manera unilateral que la reunión de negocios había fracasado, cuando en su reloj -que estuvo en movimiento-, la diferencia es de dos nanosegundos.
Para los cubanos el tiempo lo marcan ellos, no existe el retraso y terminan culpando a quienes, atendiendo a la teórica clásica newtoniana (ingleses, alemanes, etc.), actúan sin considerar que el reloj cubano siempre se mantiene en movimiento. Por lo tanto, “el tiempo” va más despacio; tan despacio, que un cubano pueden utilizar su recurso más demoledor: “lo vemos mañana”.
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