sábado, 6 de julio de 2013

El guajiro, machete en mano, quiso darle la última oportunidad.


Maritza Álamo ha escrito una novela, todavía inédita, me la envió y ahora la estoy leyendo.  De crítica literaria entiendo poco, pero a medida que progreso en la lectura me doy cuenta que disfruto con las historias, me gusta. No los voy a cansar con mis comentarios, porque hay pasajes de la novela que no me permiten permanecer en silencio…   y he decidió adelantarles algunos en el blog, para ir haciendo boca hasta que Mary decida publicarla, aquí uno de ellos :


Para Candido Góngora, la facilidad de componer versos le venía de herencia por un tío suyo, famoso en la comarca, dado lo enamoradizo y jaranero que era. A “Tribilín Cantor”, que así le llamaron hasta su muerte, no había fiesta, guateque, zapateo o serenata que se le escapara, fuera invitado o no, en el batey o los alrededores. Acompañado por su “tres”, la guitarra amiga a la espalda y una controversia en la boca, allá iba y de allí salía, dando tumbos -por el aguardiente-, de la mano de una guajira enamorada que perdía la cabeza, y algo más, al escuchar las tonadas de aquel trovador. Una o dos semanas después, las muchachas regresaban a sus casas, por propia voluntad -sin agravios-, concientes de no poder seguir el ritmo bohemio de la vida del artista.

Así vivió hasta que tuvo la mala estrella de conocer a una joven guajirita -pero bastante espabilada-, que se convirtió en la causa de su prematura muerte. Margarita, que así se llamaba, regresó al bohío con el vestido de fiesta estrujado, las greñas revueltas y los ojos bajos. Había desaparecido la noche anterior, aprovechando el descuido paternal y la algarabía del guateque con el que celebraban sus quince años. El padre, al verla, no pensó en que la escapada nocturna fuera consentida por la niña, sino en el honor mancillado por el descarado aquél que la había usado y tirado. Se propuso limpiar el ultraje jurando que, donde viera a Tribilín Cantor, le mataría.

lunes, 1 de julio de 2013

Orgullo de ser gallego.


Imagen de elperromorao
En la versión impresa de El Progreso, un periódico de la ciudad de Lugo en Galicia, se publicó  el sábado 29 de junio de 2013 en la sección de opinión un artículo de Enrique Santín Díaz, titulado: “Reivindicando el orgullo de ser gallego”. Lo interesante, en mi opinión, es que si cambiamos el término gallego por cubano… seguramente nos podríamos identificar con lo escrito. Acerca de los cubanos hay cientos de discursos similares. Como el artículo no aparece en la versión online del periódico, decidí copiar la mayor parte; con algún comentario propio:

Reivindicando el orgullo de ser gallego

Revindicar las raíces vitales de nuestro pueblo no es una osadía, ni, muchos menos, una temeridad. Es reconocer que el tiempo corrige los errores del pasado. Una mirada retrospectiva nos reafirma en el carácter firme y decidido de nuestros ancestros, no siempre reconocido y valorado suficientemente. 

lunes, 17 de junio de 2013

San Xoán en A Coruña, desde los ojos y el corazón de un cubano.


Con prisa me vestí, con un vistazo evalué que todo dentro del piso quedara en orden. Bajé las escaleras de dos en dos. En la calle, el olor a sardina asada delataba la celebración. Me detuve unos segundo en la acera y pensé: a la derecha..., a la izquierda...; por la derecha. No es mi primer día de San Juan en Galicia, pero sí el que me conquistó. Antes miraba las fogatas como el viajero alucinado por las maneras de otros; hoy estoy entregado a las fiestas. Una buena sardina desmembrada con los dedos, un buen mendrugo de pan de tierra gallega, masticar con fuerza, para, después de zamparse el bocado, tomar un largo y profundo trago de Albariño; les juro, es como tocar el cielo… En A Coruña la música suena por todas partes, la gente ríe, canta, baila y el ambiente de la ciudad tiene un efecto purificador.

domingo, 9 de junio de 2013

Carta de la Dra. Mª Alejandra Almenares


Unos días atrás encontré por Facebook a María Alejandra. Posiblemente, 20 años que no tenía noticias de ella, hace mucho, mucho…  que salió de Cuba. Le pregunté cómo le había ido y me escribió una carta. Me emocioné tanto, que pensé que sería bueno publicarla, autorizado claro está,  y que la pudieran recibir y leer, como si fuera para ustedes.

Hola Gabriel,

Me dices que estas por Galicia… que bueno. Me pides que te cuente como me ha ido y, como ha pasado tanto tiempo que no nos vemos, te cuento desde el principio.

Mi infancia... como la de todos por allá: colas para los juguetes, siempre con esa sensación de que todo lo que hacíamos era clandestino, por algo, por lo que fuera. Nunca pensé irme del país, sin embargo lo hice y fue lo mejor que pude hacer. He ganado libertad, educación -hablo de esa que no se logra con solo asistir a clases- y sé lo he podido trasmitir a mi hijo; enseñarlo a comer con cuchillo y tenedor,  a tener modales en la mesa y con las personas, a respetar las opiniones ajenas... es libre y, "lamentablemente", nunca ha vuelto por allá.

Tratamiento y control del peso.

Para el tratamiento de la obesidad, del sobrepeso y la sobrealimentación hay que tener en cuenta su origen multifactorial y realizar un abordaje a todos estos niveles.

lunes, 3 de junio de 2013

A la Memoria del Cubano Desconocido


 “Yo soy yo y mi circunstancia…” José Ortega y Gasset

Phil Kauffman fue el primero, en el verano del 2004, que al conocer que yo era cubano recordó
inmediatamente a Rafael, su amigo y condiscípulo universitario de los años sesenta y con quien había perdido contacto por un lapso de más de 30 años. A instancias mías nos adentramos en la Internet y
en pocos minutos supimos que Rafael vivía en Tampa y trabajaba en la Universidad. Phil lo sorprendió entonces con una llamada telefónica que borró en un segundo la incomunicación. El propio Rafael me contó que llegó a los Estados Unidos como refugiado político en el proyecto “Peter Pan” dejando a su familia atrás y con el inmenso temor de no volverlos a ver, aunque años después logró la reunificación familiar e inició sus estudios de Ingeniería Eléctrica en la Universidad de Nuevo Méjico, donde conoció a Phil. La vida hizo que estos dos amigos se comunicaran de nuevo desde mi oficina, y la entrañable amistad de antaño abrió sin quererlo el camino para mí, otro cubano que en la rudeza del exilio encontró un nuevo amigo. Phil me contrató entonces como consultante de su compañía, de la cual hoy soy miembro activo.

domingo, 2 de junio de 2013

Ella me sorprende en los lugares más insólitos. Sí, La Guantanamera


Primero fue en un club de Irvine en California, recién llegados al exilio, donde fuimos invitados a bailar por el cumpleaños de Andy, la esposa de mi primo. Habían allí varios salones donde se oían diferentes géneros musicales y algunas parejas bailaban sin mucha intención, como reservándose para un momento mejor; recuerdo que en un instante todo cambio de improviso cuando en una de salas se escucharon los acordes de esa canción que me acecha, y casi todos corrieron en bandada y se dispusieron a bailar como no lo habían hecho en toda la noche. Bailaban salsa, por supuesto, y descubrí en su baile los pasos de un entrenamiento feroz y académico hasta llegar a la ejecución perfecta, y Rosa María me llamó la atención de que algunos aún parecían marcar los pasos como contando, 1 a la derecha y al centro, 2 a la izquierda y al centro, en un remedo de Casino mecanizado y sin la naturalidad propia de quienes lo aprenden sin maestro, sólo sintiendo la música. Pero lo mejor eran los acordes de La Guantanamera, el estribillo, los versos de Martí, la rememoración de mi ciudad natal. Mi primo Faustico me dijo “Esa es la mejor música del mundo” y no pude llorar aunque quise, y ahora que escribo lo hago aprovechando la soledad. Me sorprendí injusto con la canción y con la música cubana, porque siempre he protestado contra aquel proverbio de que “nadie es profeta en su tierra”, y esa canción necesitó ser oída por mí lejos en California antes de que yo la consagrara definitivamente, menuda soberbia. Entonces en vez de bailarla la cantamos a viva voz, destruyendo de un golpe aquel prejuicio de que mucha de la música cubana es para bailar y no para ser escuchada. Allí estaba viva, robándole el público a los demás géneros. Vi vacío el salón del rock y aquello me sobrecogió.

Arquímedes Ruiz Columbié, el mayor de los hermanos.


Arquímedes Chachá Ruiz Columbié: Un personaje de  leyenda… reforzada por la noticia de que un día se largó para El Yuma, tras ser retenido en un lugar lúgubre que tiene nombre de tubérculo: Boniato. Castigado por dar algo a los hombres, algo que el “jefe” de aquellos hombres no quería que fuera de conocimiento popular y decidió que Chachá se comiera los hígados cada día en aquel lugar.  En definitiva,  fue liberado de su castigo, pero obligado a llevar atado a él un pedazo de la historia de aquella roca. Informaciones recientes y bastante creíbles lo ubican en  Texas, USA. Algo que encaja con ese espíritu de cowboy que le atribuyen.

jueves, 30 de mayo de 2013

Mi amigo Juan


Esta entrada es la colaboración de un amigo: Arquímedes Ruiz Columbié.

"...Alone, all alone
Nobody, but nobody
Can make it out here alone..."
Maya Angelou

Bomp Bomp Bomp...Juan ha dribleado tres veces el balón hacia el tablero, si lo hace una vez más tengo que correr al aro porque va a usar su gancho... pero si se detiene quizás me pase el balón en mi corte a la botella...Bomp...me voy al aro, tengo que agarrar el rebote...no...dos puntos de Juan, vamos al frente...


Conocí a Juan Martínez Caballero en la Secundaria Básica Regino Boti cuando todos hacíamos noveno grado en aquel concentrado que en un principio rechacé por mi cariño a "la Orejón", mi escuela de séptimo y octavo. Pero "la Regino" me hizo descubrir una parte de Guantánamo que no conocía y mi entrañable ciudad natal se volvió un poquito más grande, aparecieron nuevos amigos de otras extracciones sociales que me enriquecieron con lo que contaban y también con sus sueños. Entre ellos estaba Juan, un negro muy educado, un poco mayor y más alto que yo, que dominaba mejor el balón, y que podía acoplar su voz a la Choly en la guitarra cantando al estilo doo-wop de Los Platters:

sábado, 18 de mayo de 2013

Jinetera con más de 65 años.




foto tomada del blog de gini miguez

“He elegido este lugar porque nos permite hablar con privacidad”. El hombre que hablaba en perfecto español con un rechinante acento anglosajón, se conducía con soltura y sus movimientos eran pausados y armoniosos. Vestía ropa de algodón amplia, apropiada al calor del Caribe y, de manera ordenada, iba colocando documentos sobre una mesa servida con zumos, dulces, frutas y café.  Mientras mostraba cada escrito, protegidos por envoltorios de plástico, a una señora que superaba los 65 años, daba pequeñas explicaciones muy precisas sobre cada uno.

Mary... eres tú?


Maritza Álamo Reyes. Naturalizada en Santiago de Cuba. De niña, como muchos otros cubanos, pasó mucho tiempo intentando perfilarse como una constructora de “el hombre nuevo”, algo así como una especie de evolución cultural post-Darwiniana ideada desde “arriba”, conjetura propuesta por el poder instalado en el gobierno. Pero todo aquello terminó en una cadena de sucesos surrealistas.  Acontecimientos a los cuales puede servir de insuperable prólogo  lo escrito por Guillaume Apollinaire  en 1917, cuando moldeó el término surrealismo.

Pero todo aquello se prolongó con discursos aburridísimos, llenos de lugares comunes que se fueron construyendo con años y años de repeticiones presuntuosas  y finalizaron caracterizándose  especialmente por un vaivén filosófico mareante.

viernes, 26 de abril de 2013

Las respuestas de un cubano en una entrevista de trabajo.

1.- "¿Qué conoces de nuestra empresa?"

De tu empresa… uf! un mundo… Yo siempre soñé con trabajar aquí. Recuerdo que cuando mi papá me llevaba a la pelota, pa´ver a Los Industriales, yo me decía: “seré un Industrial”, y ese ha sido mi sueño… hacerme un Industrial. ¿Esta no es una fábrica?.

2.- "¿Qué puedes contarnos de ti mismo?"

Modesti'aparte, yo le entro a cualquier cosa, pa’mi no hay pincha difícil, lo mío’e currar, currar y currar. Claro, también la fiesta, el baile y la cerveza. Pero mi fuerte es la muela, tengo un verbo que tumba paredes.

El Lechuguita


-¡Caballero! hoy sí que vengo pertrechao. Me acabo de jamar un plato de Congrí con un filetón de cerdo y mil to’tone… hoy dejaré liquidao a to’er mundo.

Así alardeaba José con su huesuda estampa, ataviado con una inmaculada camiseta extra talla de los Marlins, pantalones cortos parcheados y sandalias “mete deo”. Dedicó su desafío a tres hombres que rodeaban una mesa, donde otros cuatro jugaban una partida de dominó en el parque. Nadie de los que estaba de pie puso mucha atención, tan solo unas miradillas por encima del hombro. Los otros cuatro que jugaban no se inmutaron. A la sazón, José se sentó en uno de los bancos que hacen esquina, se restregó con las manos la barriga, levantando ligeramente la camiseta y estiró los pies, mostrando como sus retorcidos dedos engrampaban las sandalias plásticas. Los jugadores y los espectadores del dominó, después de asimilar la presentación de José, comenzaron una “ponina” (recaudación de donativos voluntarios, generalmente para fines benéfico-espirituosos) dedicada a la compra de una simple botella de “chispa 'e tren”, con la intención que la carga etílica humanizara la tarde dominguera.

domingo, 7 de abril de 2013

La estación de Paris. Paranoia (II)

Un cubano espera la salida del tren en la estación de París. Hace unos días que ha aterrizado en el Aeropuerto de París-Charles de Gaulle… Ha venido en una delegación comercial representando no sé qué empresa cubana (¡asuntos de negocios de la revolución!), pero ha tomado la decisión  de “desertar”.  Lo tenía pensado desde Cuba. Primero hizo contacto con un “tío” que radica en Miami, que hizo contacto con un amigo que vive en Francia,  avisando que llegaría un “sobrino” que necesita apoyo, porque piensa viajar a España. Todo salió como un cronómetro desde que despegó de La Habana. El cubano abandonó el hotel donde se hospedaba la delegación cubana. Con la justificación de dar un paseo por el lobby y tomar una cerveza, se encontró con el amigo del tío de Miami en el bar del hotel, fue fácil; el parisino portaba un incongruente sombrero de yarey (“iluminaba” todo el ambiente como un farol, era la señal que propuso y, en efecto, fue muy práctica).  Una mirada rápida, un apretón de manos, un intercambio de nombres y salieron pitando del lugar. Antes, el parisino, dejó el sombrero de yarey sobre uno de los bancos del bar y  tomó unos de los paraguas que estaban en un cesto cerca de la entrada. Protegidos de la fina llovizna caminaron juntos hasta el coche, aparcado a unas calles del lugar. Discutieron si pedía el asilo en Francia o era mejor en España. Finalmente acordaron que en España sería mejor. Allí tenía parientes políticos, con disposición para ayudar y conocedores del problema. Sin perder tiempo y, aprovechando que tenía visa para toda la Unión Europea, reservaron un billete en el tren con rumbo a Madrid del día siguiente y un trasbordo en la red española que terminaría en una ciudad vasca. Era muy importante actuar con agilidad y, con previsión, solo cargó con una cartera donde tenía todos sus papeles y documentos, lo único válido que había cargado desde Cuba; el resto eran trapos comprados en la tienda destinada a vestir a las delegaciones que salen de Cuba.

La ocupación de mi Facebook. Paranoia (I)

Encendí el ordenador y esperé con paciencia que Windows estableciera todo su entorno. Varios días fui restableciendo las comunicaciones humanas tradicionales: visitando amigos, quedando con ellos para comer y beber en el centro de Coruña, incluso dejándome una pasta en Riazor para sufrir con la decepcionante campaña que hace este año el Dépor. Estaba muy feliz con mi comportamiento de ciudadano corriente, hasta que hoy, intentando retomar una conducta normal, regresé al ordenador. Volver a revisar mis cuentas de e-mail, subir fotos en mi perfil de Facebook, felicitar a los amigos que cumplen años, leer las miles de imágenes que me llegan, dónde me dicen: “yo no sé tú, pero yo agradezco a… y dale a me gusta si eres un buen cristiano”, “si estás orgulloso de ser cubano, dale a me gusta…”, y una colección infinita de lo mismo. Muchas me resultan ¡tan aburridas!…, pero soportables. Al final vale la pena ese interminable carril de imágenes, tan solo por ver alguna de Ileana Ballester presumiendo de abuela cuando le da de comer a su nieta o enterarme de que mi primo Rafle ha dado un concierto en Buenos Aires. En fin,  reviso  mi correo electrónico y veo que tengo una notificación de Facebook: “Svetlana te felicita por el nuevo año”. Decido responder al saludo, doy dos golpes de ratón y comienzo a introducir mi password; al finalizar otro golpe al enter, un letrero me deja frio: “Su password no es válido”. Repito la operación, con más cuidado y ¡pum! el mismo letrero. Con mucho cuidado retiro las manos del teclado, me reclino en el asiento y comienzo a pensar: “Puedo ser víctima del ataque de un hacker. Quizás mi cuenta de facebook ha sido invadida y mi privacidad demolida, mi información personal bancaria puede estar siendo utilizada con fines lucrativos. Quizás en estos momentos un hacker esté… espera, puede ser peor, ¡como no lo pensé antes, puede ser el G-2!. Estoy siendo atacado, espiado, pueden estar intentado involucrarme en algún golpe mediático de magnitud incalculable, quizás me conviertan en el hilo conductor de los políticos enfermos de cáncer en Latinoamérica.  Hijos de puta. Qué otra cosa puede ser...

viernes, 15 de marzo de 2013

Circe se prepara para una presentación y, ocurre...



Cuando visitaba a los padres Eduardo y Milagros en San Germán, Circe, con sus manitas no podía ocultar una pelota de pin-pon, pero ya perfilaba sus habilidades manipulando cartas y dedales. En una ocasión los visité en su nuevo piso y me encontré con Circe sumergida entre libros, preparando un trabajo; eran los días que estudiaba en la Habana. La última vez que vi un componente de su familia fue en un encuentro casual, que tuve con Eduardito (el hijo menor). Aquel día supe que Eduardo estaba por Jamaica; fue un intercambio muy rápido, era una época en la que todos teníamos prisa. Hablamos de encontrarnos en otro momento para conversar y ponernos al día de cómo les había ido la vida (sospechaba que no nos veríamos por mucho tiempo), pero nunca se produjo. Yo andaba muy ocupado preparándome para largarme y, confieso, en aquella época no tenía otra cosa en mi cabeza que no fuera salir pitando… Pero siempre que hablo de mis días en Santiago de Cuba hay un lugar en la conversación reservado para ellos.  Hoy miro complacido como Eduardito pega en Facebook fotos de su vida en Miami y como Circe ha consolidado su carrera. Enhorabuena sobrinos.

Esos son los cubanos...


"Esos son los cubanos (...) Se les critica y se les envidia pero en el fondo se les admira. Gallegos por el trabajo y judíos por la voluntad de sobrevivir, constituyen una legión empecinada que no se deja ignorar. Traen su música calurosa, el ruido de sus tambores, los frijoles negros y el bistec de palomilla con moros y maduros. Pero traen sobre todo la simpatía, la cordialidad y la laboriosidad (...) son la única población mundial trasplantada, que (salvo a los hebreos) en un tercio de siglo no han perdido su identidad..." Agustín Tamargo.

martes, 26 de febrero de 2013

Fidelito Trincado y su capacidad para “agobiar colas”.

Santiago de Cuba, mes de Mayo, 31 grados a la sombre y 83 por ciento de humedad relativa. Suena con fuerza el timbre salvador que marca el fin de la clase. Todos los pasillos del instituto Quiqui Bosch se abarrotan en unos segundos de estudiantes, desatándose la algarabía que siempre acompañó el momento del “recreo”. Fidelito, después de sortear varias aglomeraciones de condiscípulos, atraviesa a toda velocidad la puerta principal del edificio. Sin detenerse, continúa por el parque que rodea toda la fachada y atraviesa la avenida Garzón hasta llegar a La Sierrita, una pequeña cafetería que solo tiene un mostrador que da a la misma acera. Una dependienta se mueve con agilidad entre la exprimidora de limones, cubitos de hielo y el azúcar, acuciada por una larga e impaciente fila que avanza con lentitud, preparando una limonada tras otras. Sin aliento, Fidelito se dirige directamente a ella pidiendo un vaso de agua.

Una gallega vuelve, vuelve y vuelve a la Habana. (III)

“Espera, espera… tienes que contar con calma este asunto. ¿Todo el aeropuerto lleno de militares?, y tú..., ¿qué haces?”. Le pregunto a Susi con morbo, esperando una historia de película. “La verdad que me preocupó, sí, pero solo fueron unos instantes, también tengo que decir que no había alteración, solo estaban allí, uniformados, con sus fusiles, pero todos muy quietos. Los trámites con la aduana, la preocupación por las maletas absorbieron mi atención y lo más significativo y de hecho lo que me tranquilizó… la gente se comportaba de forma normal, sin atisbo de nerviosismo. No te niego que ver los militares nada más llegar fue una fuerte impresión. Pero así como te cuento esto, también te puedo decir que para cuando hice el segundo viaje, me daba lo mismo que hubieran cien, mil militares… que todo estuviera lleno de tanques. Y ahora que vuelvo sobre esta historia es que tomo conciencia de que esa segunda vez me sentía que regresaba a casa. Estar en la Habana me daba seguridad, la preocupación la dejo para los que no la conocen; yo estaba de regreso a casa.”

Con esa frase  final dejó zanjado el asunto, pero para mí esto no tiene una explicación digerible. Se me escapa algo que no logro asimilar. No me imagino a nadie que va por primera vez a un país, que señala no tener mucha información, que solo lo hace para cambiar de aire pero cuando llega al aeropuerto está lleno de militares y dice que tan solo tuvo preocupación al principio…  ¡la Habana ha poseído a Susi!, no cabe dudas.

“Espera un momento y perdona que me detenga en esta parte. Después que pasó aquel momento no tuviste curiosidad, no preguntaste después…?”. Le dije, interesado en poder desentrañar este punto. “No. cuando pasó el momento del aeropuerto fue como si todo aquello quedara atrás, no supe el porqué de los militares, no lo indagué, y la verdad es que como no volví a ver nada que fuera parecido en la ciudad, olvidé completamente aquel incidente. Imagino que ahí quedó todo, lo cuento ahora porque de veras me hace gracia… y es verdad que yo misma me asombro que resulte como una simple anécdota, cuando para cualquier otro pueda tener mucha importancia.”

“Una vez más en la Habana me sentía otra vez rebosante. La Habana, como los Van Van, sigue ahí. Ni siquiera sentí que estuve fuera de ella. Fue llegar y  lo primero que pensamos fue en irnos de fiesta, a bailar….”. “¡BAILAR!, espera”. Le digo cada vez más sorprendido. Susi no deja de asombrarme, “lo que más querías es irte a bailar, ¿a bailar qué?, Le pregunté un poco descolocado. “A bailar salsa... quería volver al cabaret del hotel Florida!”. “Tú perdona pero eso me lo tienes que explicar. ¿Sabes cómo le decimos nosotros en Cuba a los que no pueden coger el ritmo para bailar o que lo hacen mal?: eres un gallego. Y ahora tú me dices que una gallega llega a la Habana y lo que más desea es ¡ir a bailar casino!”.  “Sí, salsa, ¿cómo es que tú dices, casino?”. “Sí, casino, se llama baile casino”. “Pues eso mismo, a bailar casino….”. 

“La primera vez que estuve en la Habana visité el cabaret del hotel Florida. Mientras estaba sentada en una mesa con amigos, miraba encantada a la gente que bailaba en la pista. Entonces vino un chico y me pidió bailar.  Yo tenía ganas de bailar, posiblemente se me notaba; pues nada, me dije, que puede suceder. Tengo ritmo, soy gallega, me va la fiesta, y acepté. Claro, fueron unos segundos iniciales de nervios para seguir el paso del baile. El chico lo hizo estupendo, con naturalidad comenzó a guiarme.  Me sentí cómoda, No digo que lo hice perfecto, pero considero que quedé muy bien…  Lo importante es que supe que podía y desde ese mismo instante no sentí miedo a bailar salsa. Esa noche bailé y bailé.”

“Después en A Coruña asistí a clases de baile con Andrés, el del Cubanito, mejoré mogollón y en mi segundo viaje a la Habana en lo que más pensaba era en bailar;  quería soltarme, como dicen los cubanos….” En este punto puedo decir que la historia de Susi me parecía fascinante, una gallega bailando casino y que sentía que bailar la liberaba, no lo podía creer. Como lo contaba no parecía simple curiosidad europea por un baile del Caribe, el brillo de sus ojos tenían una carga ancestral. Sé que a los cubanos se nos asocia con el baile, decir que eres cubano y suponer que eres buen bailador de salsa parece una equivalencia incuestionable. Pero esa manera de bailar, que se conoce como Salsa, nosotros la llamamos Casino y, es un producto muy habanero, que se extendió por el país con más o menos arraigo entre el resto de las regiones. Se podrán encontrar vestigios de esa manera de bailar en el Danzón (el baile nacional cubano), el guaguancó (otro tipo de danza cubana) y otras muchas referencias no precisamente originarias de la Habana, pero el Casino es un baile ciento por ciento habanero y emociona ver a Susi, una coruñesa-habanera que encontró en el baile Casino su manera de expresar su condición de “Capitalina”.

“Otra cosa que echaba de menos”, me dice finalizando su silencio y encandilándome con ese brillo de sus ojos: “Pasear por el Malecón… Primero me hizo mucha gracia ver las parejas que se morreaban sin complejos, pescadores que desde el muro tiraban sus cordeles y que prácticamente compartían espacio con enamorados o con los que simplemente estaban disfrutando del momentazo de estar sentados en el muro. Desde el mismo primer día que visité el Malecón de la Habana me atrapó, fue amor a primera vista. Encontrar una justificación para visitarlo siempre resultó fácil”. Esto lo creo totalmente. Siempre recuerdo que mis amigos en Santiago de Cuba se reían cuando les decía que si hay algo que deseo y con lo que me conformaría, era con un metro cuadrado en el Malecón. “En el segundo viaje que hice a la Habana, escucha esto: estaba de paseo con unos amigos por el Malecón cuando dos policías nos detuvieron.  No puedo decir que lo hicieran con chulería, hasta puedo decir que lo hicieron con educación, pero uno de ellos les pidió la documentación a los chicos que nos acompañaban  y comenzó a exigirles explicaciones, de manera irónica, con frases cargadas claramente de amenazas. Sin más los trató de jineteros. Me les encaré a los polis, pregunté qué es lo que querían, estaba muy cabreada, cabreada de verdad. Debí de estar tan alterada que mis amigos me pidieron de favor que no interviniera, que mantuviera silencio. Ellos explicaron que éramos amigos, esa era la verdad, que simplemente decidimos dar un paseo por el Malecón.  Todo se calmó, los policías entregaron los documentos a los rapaces y continuaron su camino. Yo sabía que estas cosas sucedían constantemente en la Habana, que los policías paran a cualquiera en la calle si ven que acompañan a un turista. Hoy me hace gracia,  porque no reaccioné como una turista al uso,  que se divierte y lo que menos quiere es problemas. Aquello me molestó, consideré invadida mi intimidad, no soporté su atrevimiento”.

Susi  se ha trasformado en una cubana, pasear por el malecón de su Habana es su derecho.  Aquellos dos tipos son unos pesados, lo único que querían era fastidiar.

Una gallega vuelve, vuelve y vuelve a la Habana. (I)
Una gallega vuelve, vuelve y vuelve a la Habana. (II)


miércoles, 13 de febrero de 2013

Isidro Ángel López Botalín nace el 11 de noviembre de 1949 en Guantánamo.


Me quedé pensando un segundo, ¿debía “pinchar” el botón “me gusta”?. Una putada de Facebook, tener que decir “me gusta” en la página donde dice que El Bota ya no está entre nosotros. Mientras recorría la página con la vista recordé la tarde que estaba en la calle Aguilera, en Santiago de Cuba. Esperaba en la parada de guagua cerca de la emisora CMKC,  tenía la intención de visitar a unos amigos en el Barrio de Vista Alegre. El ómnibus se demoraba, como siempre. Con desgano miraba calle abajo, cuando veo un Volkswagen de color amarillo pollito, que muy lentamente se viene arrimando al bordillo y se detiene frente a mí. Desde dentro el conductor baja una ventanilla y dice algo… yo no entiendo, me acerco con cautela, veo una “impresionante barba” que me dice: “sube, sube…”. No sé qué hacer, quien carajo es este tipo. “Coño, pero si eres tú, Botalín…” Como un relámpago entro y me siento en el lugar del copiloto. Antes de preguntar por la su espectacular barba le digo: “Botalín !¿y este “perol”?!. “Nada un VW”. Así era… digo, así es Botalín, no más palabras que las necesarias. Muchos años después Eduardito “el Mago” me contaba que aquellos días andaba algo nervioso porque estaba conduciendo por Santiago de Cuba sin carnet. La verdad es que no me pareció asustado, solo recuerdo que doblamos por la Plaza de Marte, seguimos por Garzón y el “perol” corría, como una exhalación, avenida abajo. Eran días donde en Santiago de Cuba se podían contar con los dedos de una mano los coches que se cruzaban. Mientras todavía me reponía de la primera impresión, intenté explicarle al “Bota” que, con este perol…, no había “jevita” que se resistiera; como si eso pudiera ser noticia. Me miró y  marcó su sonrisa con todos los dientes, al mismo tiempo comenzó a improvisar una colección de rimas con las palabras: gasolina, carro y chicas hermosas. Entre risas, el vertiginoso Volkswagen devoraba la avenida rumbo a Ferreiro,  mientras maquinábamos irnos de “cacería”.